lunes, 3 de marzo de 2014

MI HERMANO Y LOS JUDICIALES

Eran los 70´s y la situación ya era insoportable para aquellos llamados, comunistas o su sinónimo guerrilleros. Las fuerzas de la seguridad en el país, fundaron una fuerza exclusivamente para estos casos, Los Judiciales. Esta fuerza de seguridad, estaba designada; al igual que la Santa Inquisición, a buscar y encontrar a como diera lugar a los comunistas, que serian como quien dice, los guerrilleros citadinos. Eran personalidades especialmente elegidas. En su mayoría, por no decir en su totalidad, orientales; seres sanguinarios, que te hacían decir hasta lo que no sabias; torturar, luego asesinar, para luego arrojarlos en el rió Motagua, entre otros puntos emblemáticos. Se conducían en unos Jeeps de color rojizo y de color crema (amarillentos), siempre se acompañaban en dos Jeeps y traían la puerta trasera abierta con un individuo armado listo a dispara. Si te subían a uno de estos Jeeps, eras hombre muerte, y tu muerte iba a ser lenta y dolorosa. 
Esta pintoresca aclaración, es para que entiendas, la angustia que vivió mi hermano mayor, cuando fue conducido por uno de estos Jeeps, por alguna parte de la ciudad.

Ese día mi hermano Elfidio, salio tarde de su lugar de trabajo, la mueblaría La Estrella, ubicada en la avenida Bolívar, al salir, se ubico en la parada de buses. Pero, luego de unos minutos de espera, decidió tomar camino hacia el sur, pues de todas formas por esa vía, quedaba nuestra casa; pensó     -Mientras me alcanza un bus, avanzo hacia la casa. 
-Quiero llegar lo mas rápido posible!
En esas estaba, caminando por la avenida Bolívar, su sombra era su único acompañante, pues por la hora ya la mayoría estaban descansando, pues no era un día viernes; era apenas la cintura de la semana, distraído por sus pensamientos, cuando un vehículo rojizo se detuvo delante de él y otro quedo atrás, cuando cayo en cuenta se detuvo de golpe, viendo asustado para todos lados. Del Jeep amarillento se bajaron dos tipos altos, uno fornido y e otro  chaparro y barrigón, con acento oriental le pidieron que e apostara contra uno de los carros, le esculcaron para saber si iba armado, le hicieron una simple interrogación. Entonces, de adentro de uno de los Jeeps, se escucho un grito.
-Suban a ese hijo de puta al carro! Mi hermano sintió que se desvanecía, pues sabia lo que eso significaba, su único delito por el que podrían haberle subido a esas carrozas de la muerte; era por ser estudiante universitario. Pues, ser San Carlista, era sinónimo de guerrillero. Así que Elfidio subió al vehículo color rojizo, resignado con su suerte, al subir por la puerta trasera lo apostaron en uno de los asientos, detrás del chófer; ya con la mercancía a bordo tomaron camino. Durante el viaje le iban interrogando.
-Escucha bien cerote, que no te lo pienso repetir!
-No quiero que me veas, porque si lo haces, en ese instante te meto un plomazo entre las cejas.
-Entendiste cerote!
-Si! respondió con vos temblorosa.
-Sos guerrillero, verdad?
-Noo!
-Nuestros informantes, dicen que sos, y de los gruesos!
-Usted, me esta confundiendo!
-Insinúas que somos mulas!
-Te hemos estando vigiando por meses, sabemos que sos San Carlista y guerrillero!
-No! Eso es mentira, véame bien, vera que esta confundido.
-Ni mierda, sos o no San Carlista!...
-Estudias en la Facultad de Leyes, cerote! 
-Si!...  La temática fue ésta, durante varios minutos, que para mi hermano pareció una eternidad, lo pasearon por la avenida del cementerio, y la avenida Bolívar. Entonces el jefe de los judiciales dio la siguiente  orden:
-Llevemos a este hijo de puta a la Cuesta de las Cañas, ahí le quebramos el culo y lo tiramos, ya saben donde!
-Como usted ordene jefe! Respondió el custodio de mi hermano. pero a éste se le escapo una sonrisa picaresca que mi hermano observo de inmediato. Ésto hizo que mi hermano viera de reojo al copiloto, quien era el jefe de estos judiciales, al principio no distinguió nada, por lo oscuro de esos vehículos cerrados herméticamente, con vidrios polarizados, pero al pasar a la par de un poste de luz, ya en la calzada Roosevelt, se le ilumino la cara al jefe; mi hermano exploto, con una especie de cólera y con un breve aliento de esperanza; diciéndole al jefe.
-Mapache hijo de cien mil putas! desgraciado que agüevon me diste. El jefe, ya no aguanto y soltó tremenda risada.
-Mumita!, como estas hermano?
-Como querés que esté, cerote?... Bien cagado!
-Jajaja, rieron todos ya relajados. 
-Que hago jefe, sigo hasta las cañas?
-No seas mula! no ves que éste es mi hermano, mi amigo de infancia. 
-Llévanos a la cantina mas cercana, para echarnos una cervecita con mi querido amigo.
-O no querés?
-Jajaja, claro que sí! 
-Necesito ponerme a verga, después de este susto. Y así fue, no salieron de la cantina, hasta no estar bien socados. Para luego de ello, llevarlo hasta la puerta de nuestra casa. Allá, en la zona once. En la colonia Roosevelt.












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