sábado, 21 de junio de 2014

POBRES DE MIS HIJOS

Ahora que soy padre, al ver como crecen mis hijos, con los problemas de su edad, sus modas, sus canciones, sus gustos, sus decisiones. Hago una vista retrospectiva de sus años mozos a los míos y me digo _¡Que complicada es la juventud de hoy día!_ La nuestra era mas relajada, menos ostentosa, mas de barrio, mucho mas hogareña, menos vertiginosa. Pobres mis hijos, viviendo casi al límite, sin darse cuenta de disfrutar los momentos hermosos que la vida nos obsequia de forma gratuita en cada uno de los segundos vividos en nuestra vida, esos detalles que hacen diferente a cada uno de los 365 días del año, con sus cualidades y calidades. Ellos, no se percatan de nada, están absortos dentro de situaciones en torno a su mundo: tecnología, vicios, sexo, adicciones que van provocando en ellos codependencia y que los aleja de su entorno natural de la propia vida en su crecimiento. 
¡Ah, pobres de mis hijos!
Aquellos campos de áreas verdes, que eran insuficientes en el antaño, hoy son basureros y son hacinamientos de porquerías. En nuestra época, recorrimos cada centímetro de esos maravillosos lugares, descubriendo mundos en miniatura, creo que nos tardamos años en recorrer un lugar de cien metros cuadrados  y quiza no nos alcanzo el tiempo para terminar de observarlo (¡mala suerte!). En él, veías como si se tratara de excavaciones de científicos, habidos de encontrar: huesos de dinosaurios, cuerpos momificados, tesoros milenarios, etc. _Recuerdo que, si por alguna razón sacabas tu cabeza del agujero en donde estabas metido junto a otros cinco amigos (sin importar el sexo) veías la misma imagen en diferentes puntos de aquel campo, que era tu refugio durante horas, lugar a donde llegabas y no salias de él hasta que tus padres llegaban a indicarte que era hora de cenar, bañarte y dormir pues, tenias días de escuela por venir. Y no se diga, en tiempos de vacaciones cuando te daban hasta las diez de la noche en ese mágico lugar, pero esta vez jugando todos, los que días anteriores habíamos estado separados en grupos buscando el origen de la vida; metidos en aquellos hoyos, ahora estábamos conviviendo en juegos, como: tiro el bote, escondites, vaqueros e indios, juegos de béisbol, partidos de fútbol, etc. y nuestros padres, con la tranquilidad y certeza de que sus jóvenes hijos estaban en ése lugar, haciendo actividades sanas. Pues llegábamos hasta los quince años y con las mismas actividades. He regresado a visitar, con nostalgia,  ésos espacio al aire libre y llora mi corazón al ver lo desolados que se encuentran o lo invadidos que se hayan, por personas sin posibilidades económicas para vivir en un lugar con decoro. Me he inclinado concentrado en la búsqueda de aquellos mundos minúsculos, que alguna vez tuve la fortuna de descubrir y... ¡nada!... Absolutamente nada. Como, si esos pequeños ecosistemas, se cansaron de esperar a que regresáramos y al ver que nunca volvimos se largaron de allí. O, a lo mejor murieron, pues nosotros los niños de aquella época, eramos su fuente de energía y de alimento, pues si con la mano derecha escarbábamos en la izquierda sosteníamos, a un emparedo de jamón. 
Nuestras juventudes, ahora solo piensan en sexo desde muy temprana edad, fumarse un cigarrillo, tomarse una cerveza, ser el dueño del lugar, infringiendo e impartiendo miedo al que se acerque al lugar; drogadicción, maras, robos, asesinatos.... Y, nuestros lugares de habitación están encerrados con muros perimetrales, garitas de ingreso, y protegidos con policías particulares (o encarcelados en nuestros propios hogares), como si se tratara de centros de concentración nazis (perdón por la burda comparación).

¡Pobres hijos míos! Pues, ustedes no encontraron el mismo mundo que yo descubrí cuando tuve su edad y se les negó la oportunidad de vivir la vida primera de una manera: despreocupada, inocente, curiosa, sin miedos. 
¡Pobres mis hijos! Pues, su hábitat actual, es su cuarto de habitación, rodeado de artefactos electrónicos, interactuando con personas de todos los rincones del mundo, que jamas llegaran a conocer y mucho menos llegaras a tener contacto con ellos. 
¡Ah, pobres de mis hijos!
Y, toda esa energía natural de su ser, la canalizan de maneras y formas equivocadas, dejando que tu mente y cuerpo, se llenen de: depresiones, bipolaridades, ansiedades, dependencias, colesteroles altos, obesidades mordidas, diabetes. Solo por mencionar algunas.
¡Ah, pobres de mis hijos!
Y, que esas condiciones de pluralidad etnologicas, haga que pierdas tu propia identidad y eso te cause frustraciones al ver las limitaciones de nuestros paises en relación a las grandes potencias; la falta de oportunidades que te hacen emigrar en busca de algo que nunca te ha pertenecido. Por otro lado, te llenas de odio, siendo tus principales enemigos: tus hermanos, padres, tíos, mascotas y vecinos.... 
¡Ah pobres de mis hijos!.



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