lunes, 21 de julio de 2014

EL COYOTE Y EL CORRECAMINOS

Cuando eres un niño de unos cinco años, tu imaginación es superlativa a igual que tu curiosidad; seguramente debido a que tu cerebro joven se encuentra en pleno desarrollo y lo que por tu ojos entra se quedara ahí guardado, para bien o para mal. 
Una tarde como a las cinco, mi madre me llevo a la tienda del barrio, mientras mi madre me llevaba de su mano por las calles aledañas a mi casa, yo iba observando a mi alrededor, como si se tratara de turista Japones; solo que mi cámara, era mi cerebro y el lente mis ojos. 
Llegamos a la tienda y esas vitrinas, las cuales apresaban a una gran variedad de dulces. los cuales me gritaban: _¡rescátame a mi! _¡no a mi! Gritaban otros mas adentro del mostrador; yo corría por enfrente del mismo, tratando de disidir a quien iba a rescatar de esa horrible cárcel de vidrio. Luego de ella hacer sus compras, se volteaba hacia mi y con sus enormes ojos, llenos de amor para su pequeño hombrecito, me preguntaba.
-¿Qué quieres? Mientras, yo trataba de ver a quien me llevaría conmigo a casa, luego de un rato le preguntaba a mi madre.
-Sólo uno ¿verdad?
-¡Así es jovencito!. Golpeando mi nariz suavemente, con su dedo indice.
-¡Quiero éste! Y, luego de que la dependiente me entregara la mercancía, me lo echaba a la bolsa y de la mano de mi madre salíamos, justo a nuestra casa. 
De camino a casa, un merolico colocaba una pequeña mesa de palo blanco y sobre ella unas cajitas, las cuales, contenían un peculiar juguete, cuando éste vió que nos acercábamos a él, de inmediato extrajo uno de su cajita y lo coloco sobre la mesa, para que mis ansiosos ojos le descubrieran. Pero para mala suerte del señor, habia algo que atraía mi atención poderosamente, que no me di cuenta de aquel juguete. 
Mi madre al verlo, me atrajo y me lo enseño.
-¡Mira que bonito!... ¿te gusta? Al verlo, claro que me gusto. Se trataba de un perrito, al pecho una pita y al otro extremo una esfera algo pesada, la cual al colocarla a colgar en el borde de la mesa, ésta halaba al perrito y este caminaba literalmente. No se hable mas, mi madre me lo compró y el merolico, me dió una cajita con el perrito adentro, ya en mi poder, mi vista volvió a ése lugar que hace unos pocos minutos, llamaba poderosamente mi atención. Ésto sucedía. 
Un grupo de adolescentes se divertían con un ameno partido de fútbol, en medio de la calle; las porterías eran un par de piedras y vaya que se esmeraban por lucirse, pues en las banquetas la mayoría del publico, eran chicas jóvenes de la misma edad de ellos. Pero en pleno, del emocionante partido, sucedió un inconveniente; si, el partido se habia interrumpido porque al balón se lo habia tragado uno de los tragantes de la calle y el  enardecido grupo, le exigía al de de mala fortuna, quien habia pateado el balón, causando que éste se introdujera en el tragante, que se metiera en él, a rescatar el balón, para continuar con el partido. El tragante, que a simple vista se notaba que estaba muy sucio, entre basura y aguas negras, cosa que no importaba. 
Pero el partido, debía de continuar y todos lo obligaban a que éste se introdujera por donde el balón habia entrado. Claro, el chico se negaba,  pero el grupo y las porristas lo alentaban a que entrara por ella. Las chicas le alentaban coreándole palabras bonitas a su ego; mientras que, sus amigos le ofrecían una buena paliza, sino recuperaba el balón. 
Mi madre, quien en esos momentos se encontraba negociando el precio del juguete, no se percataba de lo que estaba pasando, seguramente creyendo que eran relajos de patojadas. Luego de que éste, intentara pasar por aquella rendija y no lograrlo, disidieron que levantarían la tapa de concreto del tragante. Dos, se ofrecieron a levantar el pesado objeto, para que el desafortunado cupiera y asi se introdujera a buscar el balón. Al Estar las chicas como locas alentando al muchacho; los dos voluntarios se extrajeron las camisas, para enseñar a las señoritas sus corpulentos cuerpos y se dieron a la ardua tarea de levantar la tapa del tragante. 
Mi madre, termino su faena de regateo, saliendo triunfante ante el marchante y con orgullo le pago, tomo mi mano y nos enfilamos para nuestro hogar. Sin embargo, mi curiosidad era poderosa y seguía observando, lo que en la calle acontecía. Entonces los corpulentos y babosos patojos, levantaron la laja de concreto, cuando ellos la levantaron el muchacho con una velocidad que solo le había visto al Correcaminos, ya éste se encontraba afuera de la alcantarilla con el balón, escurriendo las aguas negras y con la algarabía al máximo. 
Nosotros, mi madre y yo, estábamos doblando la esquina, pero en mis ojos se quedo la siguiente imagen, como fotografía en blanco y negro.
Uno de los fuertes y admirados jóvenes que habían levantado la tapa del drenaje, ya no aguanto y se le resbalo, pues era tan pesada. Entonces, recuerdo que el segundo joven corpulento, no tubo la velocidad del Correcaminos, sino que la desgracia del Coyote. Un grito desgarrador, escuche justo al terminar de cruzar la esquina. Recuerdo que un brinco dí y que mi madre me recibió para no caer al suelo.  Una expresión de extrañeza vi en los ojos de mi mamá. 
Yo lo que vi en las pupilas de mi madre, era a un joven que recién acababa de perder unos cuantos de sus dedos.
A los pocos minutos, ya adentro de mi casa, se escucharon las sirenas de los ambulancias. Pero, yo me encontraba en la mesa de comedor de mi casa, jugando con mi hermoso perrito y masticando a mi rescatado dulce de leche.





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