lunes, 22 de septiembre de 2014

Un Día con Mucha Hueva


Hubo una vez un verano; uno en el que me encontraba tan acalorado en mi casa, y sin dinero, que decidí salir para ver si me encontraba a alguien del barrio, precisamente en nuestra calle. Llegue a la esquina y al estar ahí, vi calle arriba y lo único que mis ojos percibieron  fue como se veía ascender desde la cinta asfáltica un vapor, por el día tan caluroso, luego voltee calle abajo y nada; por un momento me sentí, como en un día después del fin del mundo, las calles vacías totalmente, ni siquiera un perro callejero se dejaba ver. Suspire profundamente y lo único que sentí fue el ardor en mis fosa nasales por el aire caliente que por ellas entro hasta mis pulmones, vi al frente y pensé, seguro todos andan por la playa y yo acá, solo, sin un centavo; en eso, como si alguien me hubiera hablado y dicho: _¡solo no! Efectivamente, ahí estaba el árbol de Don Mario, haciéndome señas con sus ramas, invitándome a acompañarlo. Ante tanto silencio y soledad, todavía pensé en cruzar la calle y eso me provocaba pues, ya en mi había un cansancio mental, pero me anime y lentamente, casi arrastrando mis tenis, como bebe practicando a dar sus primeros pasos me dirigí hacia nuestro entrañable amigo, ese árbol, quien me esperaba con sus ramas abiertas, al estar junto a él vi para arriba y ahí se encontraba el mejor lugar, solo para mi, esperando por mi, así que luego de pensarlo otro poco me encarame en él y me recosté sobre esa confortable rama, creo que hasta había tomado forma de mi cuerpo, pues encajaba como un cóncavo con un convexo. Así que deposite a mi humanidad sobre él, coloque mi walkman en mi cincho, le di play y luego a mis oídos les lleve los auriculares y la música se penetro hacia mi cerebro por medio de mis oídos. 
_¡Ah! que rico sentí al escuchar esa música. Uno de mis brazos se desplomo y colgando quedo, mientras mis ojos entre abiertos, disfrutaron de la imagen de un hermoso cielo de color azul celeste, sin nube alguna, con el cielo resplandeciente y la música en mi cabeza y mi cuerpo acomodado en el largo brazo de mi amigo el árbol de Don Mario, se me iban cerrando mis ojos muy lentamente, cuando solo podía ver a través de mis pestañas algo en el cielo llamo mi atención y haciendo un esfuerzo entre abrí mis ojos, se trataba de un zopilote que se desplazaba lentamente por ese cielo hermoso, mis ojos se encontraron con él y lo siguieron con la misma parsimonia que él llevaba en su vuelo, hasta que desapareció de mi campo visual. Sin mover uno solo de los músculos de mi cuerpo y mucho menos mi cabeza, en mis ojos quedo nuevamente la misma imagen, el azul del cielo veranero, entonces mis ojos comenzaron a ceder a ese sueñito y mis parpados comenzaron nuevamente su viaje, como cortinas que se van corriendo para cubrir la ventana de tu cuarto; cuando mis ojos se prestaban a unir los pelitos de mi parpado superior con los pelitos de los inferiores, sentí que en mi brazo, el que aun permanecía sobre mi cuerpo a unos pasitos ínfimos, que caminaban sin rumbo alguno yo pensé, seguramente eran los insectos que en el árbol vivían, no me preocupe pues eran insectos conocidos, quizás alguna hormiga en busca de alimentos o a lo mejor alguna arañita de campo que empezaba a unir mi brazo con el árbol tejiendo una telaraña o de pronto una abejita que se poso a descansar. No importa, solo me hacia cosquillas ningún daño a mi piel; de pronto, nuevamente en el firmamento, el zopilote daba otra vuelta de reconocimiento mis ojos se abrieron y le siguieron su vuelo hasta que volvió a desaparecer de mi campo visual, ahora si mis ojos sucumbieron a la hueva que me acompañaba de hace ratos y justo cuando empezaba a quedarme dormido, una mosca que al verme se dejo venir en picada sobre mi, su objetivo; un camicace japonés, seguramente yo lo escuchaba venir pero mi brazo que colgaba ya no lo sentía, pues él a diferencia mía hacia ratos que se había dormido y si lo intentaba mover para espantar a tan valiente soldado: la mosca, se me llenaba de un hormigueo, lo mejor era no moverlo y que siguiera ahí colgando. El sonido cada vez era mas fuerte a pesar de que en mis oídos tenia los auriculares emitiendo sonidos, al casi estrellarse contra mi, tal cual un camicace de la realeza japonesa en la segunda guerra mundial. Era como si a ultima hora el soldado se arrepintiera y pasaba rosándome y su vuelo alzaba, me imaginaba cuando jalaba el timón de su nave y en el cielo se perdía, lo percibía porque el sonido había desaparecido, al rato ahí venia de nuevo y contra mi arremetía, mientras yo ahí indefenso, cuando por fin creí que se estrellaría contra mi luego de quizá haberme dejado una serie de ….. en mi cara en cada arremetida sentí que alguien llego y, efectivamente, era el Otto, seguramente otro sin dinero, quien luego de colocar sobre mi pecho una cerveza bien fría, pues la sentía conforme el sudor que llevaba se iba colando sobre mi cuerpo, mojando a mi playera veraniega, ahí estaba, fría y deliciosa, Otto me quito uno de los audífonos y se lo coloco en su oído. Mi atacante, mi enemigo de hace unos minutos: la mosca, se coloco de inmediato sobre la lata de cerveza, la vi cuando disfrutaba del frío y de las gotas de agua, ahí estaba refrescándose, yo quería tomarme la cerveza pero mi hueva era mayor y mis brazos no me obedecían, no se movían para nada, en eso algo desagradable fue cuando el Otto se atrevió a cantar la canción que en mi walkman sonaba en ese instante, una canción de los Beatles, yo me imaginaba a John retorciéndose en su tumba por lo horrible que se oia su melodía cantada por Otto. La canción era: A hard day´s night. De pronto mi amigo tomo mi cerveza, la cual se estaba calentando sobre mi cuerpo y en su lugar coloco la que él se había tomado, ya la mosca que en ese instante estaba hasta con las patas para arriba a penas logro tomar vuelo y su pellejo salvo, para luego caer sobre la lata vacía con gotas de cerveza en ella, ahí sobre esas se coloco y empezó a beber, ¡vaya que borrachera se coloco mi amiga la mosca! Entonces, Otto tomo la lata, regreso mi audífono a mi oído y me dijo _¡ahí te ves! se bajo del árbol de don Mario y se fue. Y, yo me quede al fin dormido, soñando que me encontraba en plena guerra, bajo los bombarderos (el zopilote sobrevolándome) tras de mi la infantería disparándome (los insectos en mi brazo) y cuando me logre apostar y proteger en una de las trincheras (el árbol de Don Mario) con varios heridos a mi alrededor quejándose por el dolor de las heridas, yo sentía como la sangre de ellos se adueñaban de mi uniforme (la cerveza fría y los gemidos de mi amigo destrozando la melodía de los Beatles) por ultimo, el ataque de los japoneses, esos que ya sin balas en sus naves aéreas sus ordenes eran estrellarse con todo y el aeroplano contra el enemigo, el famoso camicace (la mosca). Cuando ésta se estrello contra mi trinchera me hirió en el brazo, yo lo vi tirado ahí a mi par, colgando, separado de mi cuerpo (mi brazo caído y dormido) En esa agonía estaba, cuando escuche sonidos de victoria a mi alrededor, esos ruidos me despertaron por fin de mi horrible pesadilla; se trataba nada menos que de todos mis vecinos volviendo de las playas. La calle de mi barrio volvía a la vida, volvía a ser lo que siempre era, un movimiento de personas y vehículos; mis amigos todos  quemados por el sol de la playa, pasaban saludando y luego directo a descansar a sus casas, se les veía una cara de hueva y el rostro quemado. Para todo ésto, el cielo ya no era celeste, ése azul particular de un verano caluroso, ahora era uno gris y el calor se cambiaba por una brisa fría; en eso a mi brazo logre mover, que alivio, pero había algo mejor que eso, un rostro hermoso que se asomaba por mi cabeza y apareció sobre mi colocándome un fresco y amoroso beso.
_¿Qué haces haragán? Era mi novia, quien regresaba de la playa con un bronceado especial en sus rostro, me ayudo a sentarme y me dijo.
_No me digas, ¡qué aquí has estado todo el día?
_Si, pasando la hueva del calor.
_¡Si! ya lo sentí, que tal si tomas un baño y salimos a caminar mas tarde o a bailar, ¿si quieres?
_Me daré una ducha y luego decidimos. Bajamos del árbol de Don Mario y directo a la ducha, pues, ¡si que olía mal!
Mas tarde nos encontramos y le digo.
_¡Nada de caminar, ni de baile! ¡que hueva! mejor vamos a sentarnos al mirador. 
Y, eso hicimos, sentados con una franela por el aire fresco de la noche nos quedamos por un breve momento solo viendo al firmamento, como bailaban las estrellas en ese hermoso cielo nocturno de verano; luego escuche sin dejar de ver al cielo, como ella me contaba de su viaje a la playa y yo, sin dejar de ver al cielo y sin escuchar sus palabras, recordé mi tarde solitaria y calurosa, solamente echando una tremenda hueva, con mis amigos: en el árbol de Don  Mario. 
(http://wwwnewhera.blogspot.com/2014/07/el-arbol-de-don-mario.html) 
El sonido de su vos se fue perdiendo por las calles y desde lejos solo se veía el bulto de una pareja recostados el uno sobre el otro y entre ellos dos, la hueva veraniega que los unía ….




Hueva: pereza, desgano, el cuerpo no quiere hacer nada.

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