martes, 9 de septiembre de 2014

VERACRUZ

_¡Creo que nací, justo en el momento en que la luna baño a tu rostro con un tono de color plata!
           
           Bajando del barco, caminando por el malecón, con mi bolso colgando en mi espalda, con varios meses en alta mar, deseoso de una cerveza bien fría y una cálida compañía. Así, llegue al puerto de Veracruz. Es de noche, un cielo despejado y una luna enorme del mes de octubre, del final de un siglo. Se veía tan cerquita que hasta podía tocarla con mis dedos, seguí mi camino escuchando a las olas del mar golpeando contra la arena y partes de aquel enorme malecón; conforme caminaba el barco en el que había llegado a ese puerto se hacia mas pequeño, por el otro lado el Castillo San Juan de Ulúa y sus oficiales custodiando a los que eran sus huéspedes de por vida. Yo agradecí a Dios, por ser un hombre libre, alguien que tenía la vida por delante. Todo era una promesa a mis veinte años, pues, era alto, fornido y guapetón, bueno esto me lo decían las damas con las que habia estado en muchos puertos. 
           Por un momento me detuve, subí mi pie derecho sobre el borde del malecón y deposite mi bolso en el suelo, me arregle el cabello, pues el aire fresco que del mar entraba a la playa con dirección a la ciudad me lo movían, algo me hizo ver hacia el cielo y ella, estaba ahí, imponente frente a mi, bañando todo de plateado.
_¡Buenas noches! Me dijo alguien, cuando pasaba justo a la par mía, yo de inmediato respondí al saludo.
_¡Buenas noches! Sin percatarme a quien pertenecía la voz de quien me habia saludado, de lo que si estaba seguro, es que era voz de mujer, una muy joven, como de dieciocho años y con una figura de esas que al verla, sabes que jamás podrás olvidarla por el resto de tu existencia. 
            Ella seguía caminando por el camino que yo ya habia recorrido, ella se contoneaba como  toda mujer caribeña, sus trapos los cuales no dejaban nada a la imaginación, se bamboleaban con el aire. Un vestido de color blanco, de pescadora, algo lastimado, su pelo que ondeaba como el mismo pabellón que ondeaba en lo alto del mismo Castillo San Juan de Ulúa. 
          Ahí iba esa morena, descalza, tomando a su vestido cuando éste intentaba traicionarla; a pesar de que habia una brisa tan fresca me subió un calor por todo mi cuerpo, cada vez que ésta daba un paso y avanzaba, cómo a unos ciento cincuenta metros del saludo, se metió a la playa y conforme caminaba hacia el mar, sus pocas ropas iban abandonando el cuerpo de la morena y caían  sobre la arena; hasta que ella se perdió junto a las olas del mar, quien se la trago de un solo, con la misma pasión que a mi cuerpo le daba ese calor que solo puedes sentir en el mar y frente a una joven morena, curvilínea y hermosa. 
           En ese instante tome a mi bolso, lo coloque de nuevo a mi espalda y me apresure al sitio que me quedaba a solo ciento cincuenta metros del lugar del saludo, yo sentía que no llegaba y mientras mas me acercaba a ese lugar mi corazón me traicionaba, haciendo que circulara la sangre mas rápido por mi joven cuerpo y que la adrenalina que en ella viajaba acompañada de mi testosterona, provocaban que en mi estomago se manifestara una serie de sensaciones, entre ellos: calambres y un enorme vacío. Por fin, me hice presente en el lugar y, cuando yo llegaba, ella salía del mar, éste se agito y con varias olas de agua salada y espumosa quiso jalarla y llevársela de nuevo hacia adentro, pero yo no lo permití y de su mano la tome; en mi otra mano su andrajoso y blancuzco vestido. 
_¡Gracias! Me dijo. Ahí le vi ese rostro, bañado en agua salada y un plateado de luz de luna que le iluminaba a su hermosa cara; labios gruesos, dientes blancos, cabello castaño oscuro, ojos negros y profundos, cejas curvadas y pestañas apuntando hacia el cielo.
_¡Ésto es tuyo! Le di su vestido, ella lo tomo, pues aun permanecía tomándome la mano y era esa mano al única que estaría de alguna forma cubierta, pues el resto estaba como Dios la habia mandado al mundo para ser observada y deseada; tal cual, el cuerpo del deseo.
_¡Gracias! Me repitió, sin inmutarse ante su desnudez, por el contrario, ella deseaba ser observada y con su mirada me lanzo ese veneno que toda mujer tiene a la hora de invitarte a acercarte a ella, yo acepte la invitación y cuando me acerque hacia ella y estuve a pocos centímetros de sus labios, el aroma de su frescura y sus olores naturales, hicieron que mi piel se ruborizara. 
        Me hizo dudar por un segundo, seguir o detenerme, pues un mal presentimiento me decía: _Ésta mujer no es para ti. Pero su porte imponente me hizo mandar todo al diablo y entonces  con un beso me hechizo, que aun lo llevo prendido sobre la epidermis de mi cuerpo. Yo me sentí inspirado y la apreté contra mi pecho, y con nuestras bocas pegadas con el pegamento de la pasión, nos fuimos deslizando sobre la suave arena de la playa, la luna se ruborizo y el mar se embraveció, con un rugido en sus olas que nos alcanzaron a rosar los pies, éstos que estaban acariciándose el uno al otro. 
        Ella conocía muy bien todos los filtros que intervienen a la hora de amar; mientras nos hacíamos el amor yo veía la magia de la noche recorrer toda mi piel, ella desfallecía de placer sobre mi cuerpo sudado, como fiel jinete de la majestad; cabalgando con el porte de la corona real, obsequiándome todo lo que un cuerpo puede obsequiarle al amante amado. En ese momento,  la maravillosa inspiración llego a mi y nuestro palpitar se acelero, con forme el momento cumbre de la sinfonía de nuestros cuerpos se preparaba para el gran final, escuche como sonaron las trompetas y como los violines se hicieron escuchar tambien y, es que nosotros eramos uno mas, con nuestro rose piel con piel emulando el rose del arco sobre las cuerdas, haciendo a la mejor de las melodías. Por fin, ella se desmayo extasiada y yo manifesté lo mismo.        Cuando nuestros ojos, por fin quisieron volver a la realidad y se fueron abriendo tímidamente, viendo al cielo estrellado, lo que vimos fue a unos soldados que se apostaban a nuestros costados, ella cogió a su vestido blanco y se lo coloco sobre su sudado y moreno cuerpo, yo me senté y a mis pantalones quise tomar, la luna fiel testigo junto el mar en ese instante fue apocada como mal presagio, con una nube negra que se colocó entre ella y nosotros y las olas del mar se apaciguaron.
_¡Hola Magdalena! Dijo alguien de los presentes con una voz que me aterro, mientras que Magdalena tenía en su rostro el enojo, pues no pudo disimular su cólera al ver quien estaba ahí presente.
_¿Capitan Mendoza? Yo que ya habia logrado colocarme los pantalones, quise ponerme de pie pero sobre mi pecho aun desnudo se coloco la bota del capitán y con la rabia en sus ojos me fue empujando, hasta que me coloco sobre la arena.
_¡Déjenos en paz! Le grito Magdalena, golpeándole su pierna, la cual cada vez ejercía mas presión sobre mi pecho, al grado de hacerme dificultosa la respiración. 
         Uno de los soldados tomo de uno de los brazos a Magdalena y la retiro para que dejara de golpear a su capitán.
_¿Qué sucede aquí? Logre decir, pues el capitán habia quitado de mi pecho a su pesada bota, pero en lugar de ello recibi un culatazo en mi estomago, acompañado de muchos improperios
_¡Te has metido con la mujer equivocada marinerito!
_¡Magdalena es la mujer de mi capitán! Y otro golpe recibi, esta vez en mi rostro. Cuando volví en si, Magdalena gritaba _¡Déjenlo en paz! ¡Yo no le pertenezco a nadie! Pero sus palabras eran infructuosas. Me pusieron de pie y me llevaron cara a cara con su capitán, éste encendió un puro y sobre mi rostro arrojo junto con el humo y su mal aliento, todo su odio. Yo en ese instante sentí recorrer por todo mi cuerpo una mala sensación, no quedo ninguna parte de mi cuerpo que no sintiera esa horrible sensación. Luego de alumbrar nuevamente el puro frente a mi rostro y de recibir una nueva bocanada de humo que me hicieron toser y a mis ojos llorar, ésto me dijo, el capitán.
_¡No debiste haber abandonado a tu barco marinerito! Para estas alturas ya se habían llevado del lugar la joven Magdalena. Quizá para que ésta no fuera testigo de el incierto futuro que me esperaba.
Heme ahí, solo en tierras extranjeras, de noche, en medio de varios soldados con cara de piratas y una estocada a licor barato y frente a mi el hombre que habría de decidir mi futuro.
         Yo vi para el este y ahí se encontraba mi embarcación, luego observe de reojo al oeste y ahí estaba, imponente el Castillo de San Juan de Ulúa, con sus tenues luces de las antorchas, que era la única luz que se lograba ver.
_¡Así es desgraciado, por meterte con mi mujer! _¡Veracruz te da la bienvenida a tu nuevo hogar! luego grito. 
_¡Sargento! Y en un santiamén se escucharon un par de botas golpear el suelo, al termino de ello, ésto.
_¡A la orden mi capitán! El capitán se dirigió a su caballo y cuando estuvo sobre él; le dio la orden a su sargento.
_¡Lleve al marinerito a su nuevo hogar! Se escucho nuevamente el sonido de las botas sobre el suelo y ésto.
_¡Como usted ordene mi capitán!

         _Eso sucedió, creo que hace veinte años Don Javier... Por eso estoy aquí, encerado en este castillo, como muchos mas.... Por el odio y la venganza de algún poderoso.
_¿Pero sabe una cosa don Javier?  _A pesar de estar aquí injustamente y de saber que nunca mas volveré a ver a mi familia... Ni a Magdalena.... ¡Ésa noche fue la mejor noche de mi vida! ¡Jamas podre olvidar ese momento en que Magdalena me amó! Y, yo a ella. 
_Todavía puedo sentir su sabor en mis labios, su olor a flor de naranjo en mi olfato y la bella imagen de su hermoso rostro bañado en plata, por aquella enorme y brillante luna de aquel octubre de fin de siglo...   

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