martes, 25 de noviembre de 2014

PETÉN 2

                                       III

-Ya pasó una semana señor. Le dijo el capitán a su comandante en jefe. El engringado militar se encontraba en su habitación solamente en pantaloncillos, sentado sobre una hamaca, disfrutando del aire acondicionada, pues, él era el único que tenía un aparato de éstos para evitar el calor del Petén; se encontraba afilando las puntas de sus flechas. El engringado militar, era aficionado a la cacería y tenía un gusto especial por realizar dicho deporte con arco y flecha, por lo silencioso decía el canche de casi dos metros de altura.
- Si, lo sé, ¿por qué cree que estoy dándole filo extra a mis hermosas piezas de casería?
- ¿Cree usted capitán, qué lo mismo hacían en la antigua Roma, antes de salir a una batalla? 
El capitán sonrió y dijo.
- Creo que lo hacían así, los cavernícolas, señor. El gringo lo vió, con una mirada que heló al capitán, quien en ese momento le pidió disculpas a su superior. Luego, el Jerarca del lugar le dió ordenes al capitán.
- ¡Prepárense, que mañana al amanecer saldremos de cacería!
- ¡Sí señor! Grito el capitán; colocándose en modo de atención.
- Busque a los mejores, no quiero cuques mulas. 
- Recuerde que son delincuentes peligrosos, no niñas exploradoras y, no vamos a correr riesgo de bajas.
- ¡Como ordene señor! Se retiró el capitán.

Mientras, en algún lugar de la selva petenera, seguían sin rumbo los fugitivos, algunos ya se veían agotados y sin fuerzas, con la moral por los suelos. Peleando con las inclemencias de la selva y sorteando a los animales salvajes, pues eso sería algo mortal para los ya muy huesudos; pues, se alimentaban de lo que la selva les proporcionaba y como ellos podían hacerse de esos alimentos, pues carecían de utensilios y armas.
- ¿Cómo estarán los otros vos Zeta? Le decía, un Tigre en forma, a pesar de lo cruel de su situación.
- Si, siguen con vida, se los ha de estar llevando la gran puta, vos Tigre. Le respondía el Calavera.
Mientras, el Zeta, el Chinche y el Alacrán, estaban sentados a las faldas de una enorme ceiba, con sus cuerpos tambien huesudos, y con una hedentina junto a ellos, pues todavía llevaban con ellos, los restos del desafortunado compañero de celda.
- ¿Nos comemos al cerote y apestoso? Pregunto el lombriciento del Zeta. Los otros dos, al escuchar ésto, hicieron mala cara.
- ¡Tu madre hijueputa, esa mierda ya no sirve para nada! 
- ¡Anda tirarlos a la mierda! Dijo un Alacrán, muy desequilibrado y agotado.
El Chinche, tomo a las extremidades de su ex compañero y se alejo unos cuantos metros del lugar a tirar los pedazos del cadáver. Pero la pestilencia era ya tan escandalosa y el aire que se llevaba el asqueroso olor de la carne putrefacta, por entre el bosque selvático. 
Cuando el Chinche creyó encontrar un lugar perfecto para dejar los restos de su desafortunado amigo, sintió como si uno de sus amigos se acercaba a él, para ayudarle. Éste se volteó y logró decir:
- ¡Aquí estaaaaaaa..... 
En el campamento improvisado, donde se encontraban sus camaradas; éstos escucharon un grito espeluznante. El Alacrán y el Zeta. Ambos, se vieron a la cara completamente horrorizados y al unísono gritaron.
- ¡El chinche! Y, corrieron justo al lugar de donde venía el grito; luego de una especie de carrera, pues no se le podía decir que habían corrido, pues estaban muy cansados. Llegaron a un lugar, en donde se encontraban las extremidades del cadáver de su ex-compañero, pero nada del Chinche; solo un rastro, que luego se desaparecía entre la espesa maleza de la selva. Esos rastros, eran de algo muy parecido a un cuerpo humano, arrastrado por el barro y éstos rastros se mezclaban con las huellas de unas patas, seguramente de un felino muy grande. Entre el barro y las huellas, rastros de sangre. Tanto el Zeta, como el Alacrán, se santiguaron y regresaron a las raíces de la enorme ceiba. Nadie, dijo una palabra, mientras volvían a la sombra de la frondosa ceiba. 

                                           IV

El sol aparecía en el horizonte y en el cuartel celosamente escondido en algún lugar muy recóndito del Petén, sonaba la corneta, indicando la orden de levantarse y prepararse para salir a la cacería humana. En las barracas, había jolgorio, pues los elegidos estaban emocionados por lo que les esperaba, para algunos, ésta sería su primera vez, mientras que para otros ya era hasta su tercera vez. Pero la emoción se les veía en sus rostros. Y, es que no es lo mismo, salir a cazar animales silvestres y salvajes, que salir a cacería de seres humanos -si se les puede llamar así- 
El comandante en  jefe, del lugar, salió en calzoncillo y se estiro, al hacerlo, parecía que midiera mas de tres metros; era un hombre caucásico, muy fornido, con musculatura enorme y bastante alto, en relación a las tropas peteneras que apenas el mas alto, alcanzaba el un metro con setenta.
- ¡Capitán salimos en una hora! _¡Estoy ansioso por salir!
- ¡A su orden mi coronel! Dijo el capitán, quien entró en las barracas a dar las ordenes de su comandante, el coronel canche.
- ¡Los quiero listos en una hora!
- ¡Si señor! Corearon todos los cuquitos en las barracas.

En algún lugar selvático, el Tigre le confesaba a su compañero.
-Vos calavera, sentí un escalofrío en todo mi cuerpo.
Mientras en otro lugar del Petén.
- Vos Alacrán, ¡levántate tenemos que continuar! Le pateaba una pierna al Alacrán, el Zeta, para despertarlo.
- ¡Déjame en paz vos cerote! Le reprochaba el Alacrán al Zeta.
- Ya me canse de seguir huyendo, ¡sin saber por dónde vamos!
El medio día había llegado a la selva Petenera y el calor allí era insoportable. 
Los soldados, quienes llevaban horas metidos en la selva del Petén, iban muy bien preparados: Con fusiles, cuchillos, brújulas, cantimploras, camuflaje en sus uniformes. El único que llevaba algo diferente de el resto de lo soldados, era el Canche alto; éste llevaba un arco enorme colocado a su espalda y en ella tambien, varias flechas; en su cintura, una escuadra, con una tolva que doblaba el largo de la cacha.
- ¡Agáchate! Le dijo el Alacrán, al Zeta.
- ¡Creo que escuche algo! Ambos se tiraron al suelo. Efectivamente a unos pocos metros de su lugar, la patrulla de soldados, pasaba vijeando por todos lados; en el medio de la tropa, sobresalía, el alto del Canche, quien llamaba mucho la atención, por el arco y las flechas.
- ¡Mira a ese hijo de puta del gringo! _¡Piensa matarnos con sus flechas el desgraciado!
- ¡Maldito, hijo de cien putas! Dijo el Zeta. Entonces, el Zeta, quien era mas inteligente que el Alacrán le sugirió a su fornido amigo.
- ¡Vení, vamos en el sentido opuesto a ellos! y cautelosamente se largaron del lugar.
- ¡Mi capitán! ¡Mi coronel! ¡Por aquí! Gritaron dos peloncitos, quienes viajaban por delante de la patrulla, como vijillas. 
- ¿Qué pasa? Dijo el capitán, llegando al lugar.
- ¡Mire! El capitán se tapó las narices pues, casi vomita. 
- ¿Qué pasa capitán?
- ¡Unos restos de extremidades Señor! ¡pero son de días, pues apestan! ¡no se acerque Señor!
- Entonces, ¡vamos por buen camino! _¡descansaremos unos cinco minutos, aquí capitán!
- ¡Si señor! pero más para allá, pues, ¡aquí huele horrible!
- ¡Mi capitán! ¡mi coronel! ¡aquí hay buena sombra, debajo de ésta ceiba! 
Era evidente, que los prófugos, quienes llevaban una semana huyendo, habían estado dando vueltas en círculos, pues, a los soldados no les había costado mas que medio día, para llegar a ese lugar.
Mientras, el Tigre y el Calavera, seguían con un rumbo que los llevaba a lugares de entrenamiento kaibil. 
- ¡Mierda! ¡agáchate en silencio! Le dijo, el Tigre al Calavera.
- ¡Mirá! Le enseño a unos soldados, que pasaban algo lejos de ahí, pero que eran visibles al ojo; se trataba de unos soldados, los cuales tambien se veían desmejorados como ellos. 
Éstos, siguieron su camino de supervivencia.
- ¿Qué hacemos vos Tigre?
- Creo que, esos no son nuestros cazadores, se ven agotados y débiles como nosotros.
- Tengo entendido que aquí, en estas selvas, esta un lugar en donde entrenan a los kaibiles del ejército.
- ¿Sí? dijo con cara de extrañeza el idiota del Calavera. Quien se había ido junto con el Tigre, porque éste era muy fuerte y él pensaba que su compañero le podría ayudar llegado el momento.
La noche cayó en el Petén y todos, tanto soldados, como fugitivos, se hicieron al sueño, cansados por la faena del día. Un grupo desilusionado por no haber podido estrenarse en la casería humana; mientras que, el otro grupo, feliz de no haber sido cazados.
...CONTINUARÁ.....








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