lunes, 29 de diciembre de 2014

La luz en el tejado

Un amigo de infancia llegó a la casa del otro, hacía mucho que éstos no se veían. Hasta un día en que se encontraron por casualidad y uno de los amigos, el más pobre, invitó al otro, para que éste llegara a su casa cuando le fuera posible. 
Se dió la oportunidad y el amigo llegó a visitar a su querido amigo de infancia.
- ¡Hola Armando! ¡que bien que viniste! Lo recibió Juan, a su amigo.
- ¿Puedo pasar?
- ¡Pues claro! pasa, si te invité es para que conozcas a mi humilde casa.
- Ésta, es la misma casa de tus padres, la recuerdo perfectamente. Le dijo Armando a Juan.
- ¡Sí! recuerdas como nos divertimos aquí. Ambos quedaron por un breve momento recordando aquellos preciosos momentos de su niñez.
- ¡Pero siéntate! me disculparas, pero ahora estoy solo; mi esposa e hijo están donde mis suegros.
- No te apenes, mejor, así charlaremos a gusto.
La casa de Juan llevaba en pie casi 30 años y ella casi se caía ahora, pero para Juan era su palacio; herencia de sus padres. Juan, quien ahora era propietario de esa humilde casa, cosa que Armando no había podido lograr; Armando alquilaba su casa, sin embargo conducía un coche muy moderno, Juan por su lado usaba el servicio de buses colectivos. 
Los amigos se sentaron en la pequeña sala, con muebles de madera; al fondo una mesa tambien de madera, de palo blanco, para ser mas especifico, a un lado de la mesa, una estufa pequeña de dos hornillas a gas queroseno, ese que ahora solo lo encuentras en algunas ferreterías.  
Mientras los amigos charlaban y disfrutaban de una cerveza, casi al tiempo, pues Juan carecía de refrigeradora y las cervezas las tenía metidas en la pila, comenzó a llover, Esa tarde cayó un buen aguacero. Y del techo de Juan, empezó a entrarse el agua, ésta no era una simple gotera, era un agujero muy grande, Juan se había preparado con un balde grande y ahí recibía el aguacero.
Armando, veía como el chorro caía del techo al balde, casi a media sala, la cual no era muy grande, el sonido del agua en el balde era molesto. Era tan molesto que Armando le dijo a su amigo.
- Óyeme Juan, ¿porqué no has tapado ese agujero? y así te evitarías de esta molestia. Juan le sonrió, con su eterna, noble y sencilla mueca.
- Te entiendo Armando. Sería muy sencillo tapar ese agujero, pero no lo hago porque mañana seguramente me haría mucha falta.
- ¿Cómo así no te comprendo? Le cuestionó Armando.
- ¿Quién podría extrañar un agujero tan molesto por el cual se te cuela toda esa agua? y ése desagradable sonido. Le dijo armando con tono sarcástico
- Tienes toda la razón amigo, pero todo depende como lo veas. 
- Veras, tu lo ves como mi visita y seguramente en tu hogar no tienes éste inconveniente, Pero ese agujero para mi es muy importante.
- ¿Importante?
- ¡Sí!
- Explícate, que no te entiendo. Le dijo Armando, con toda la duda del mundo, ¿cómo era posible que esa incomodidad del gran a agujero por dónde se colaba el agua de la lluvia, era importante para su amigo? Juan con su característica sonrisa le explicó.
- ¡Mira Armando! en un día de verano, como ahora, a pesar de que ha llovido, por eso del problema climático. 
- Pero en un día soleado, por ahí entra una luz hermosa que ilumina a todo mi hogar, ademas de proporcionarme luz natural, me proporciona un calor muy especial y a ésto, agreguémosle que por ese hoyo en el tejado, se meten a mi humilde hogar miles de sonidos hermosos de los pájaros que en los arboles del alrededor descansan de sus largos viajes de migración. 
- Por ello, es que no sello ese agujero, claro esta, que en época de invierno le colocó un tapón y durante toda la temporada de invierno ese agujero estará cerrado, pero en verano, en primavera, ¡jamás, amigo! 
Armando sonrió un poco sonrojado y entendió a su pobre amigo, quien al parecer con pequeñas cosas, él era muy feliz, algo que no sucedía en su hogar de clase media. En ese hogar, el suyo, había muchos problemas con su esposa, quien le exigía cosas de gente rica. Y, sus hijos, quienes no salían de sus cuartos sumidos en la tecnología. En la casa de Juan, que carecían de esas cosas caras y modernas seguramente -pensó Armando- imaginando, como Juan se sentaba bajo ese rayo de sol veranero y al lado de él, su esposa y su  hijo único, escuchando a los pájaros y charlando, entre ellos.
- Sabes Juan, te envidio y si pudiera hacerle un agujero a la losa de mi casa, lo haría con mucho gusto; pero para empezar, no es fácil hacer un agujero en una terraza; segundo, la casa no es mía, yo alquilo; y tercero, mi mujer me echaría de la casa creyéndome un loco. Dijo Armando, viendo como la lluvia se había calmado y el lugar se iluminaba tal como Juan se lo había explicado y del agujero se escuchaban a las aves cantando, mientras regresaban con paja en sus picos para preparar sus nidos.
Por fin, llegó la hora de marcharse para Armando, quien mientras abrazaba a su amigo en el umbral de una puerta de madera, aprovecho para echarle un ultimo vistazo a ese agujero en su casa y ciertamente, el humilde hogar de Juan se veía tan iluminado y cálido, que Armando, lo envidió más.

- ¡¡¡Armando que diablos crees que haces!!! Le grito su mujer a Armando, quien estaba en el techo con piocha en mano, sobre la sala de la casa, dándole de golpes.
- ¡¡Ya verás mujer!!.. ¡ya verás! Le respondió un decidido de Armando. 






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