domingo, 28 de diciembre de 2014

Los Cohetes y la Navidad


No recuerdo bien hoy, si ésta historia fué antes o después de la visita de mi familia, aquella en donde mi madre nos enseñó nuestros regalos a cambio de un poco de paz. Lo que hoy recuerdo, es que, mis cuatro hermanos se fueron a pasar las vacaciones a la casona de mi abuelita y esas vacaciones se alargaron hasta el año siguiente, lo que significa, que esa navidad la pasamos solos los cuatro en mi casona, mi palacio, mi hogar de infancia, ¿quiénes éramos los cuatro? pues, mis padres, mi perro Pelusa, y yo, un niño de 6 u ocho años, no lo puedo recordar bien, pero por lo sucedido, creo que era un niño de 6.

Era diciembre 20, mi padre llegó de su trabajo, nos saludo muy amorosamente y se dirigió al dormitorio a cambiarse la ropa formal que vestía, pues, mi padre tenía un puesto en el gobierno, uno muy importante, se puso ropa sport y nos dijo a mi madre y a mi.
- ¡Vamos a los campos a comprar nuestro arbolito navideño! Yo, brinque de emoción, mi madre se dirigió al cuarto a traer un suéter para mi y otro para ella, pues mi madre era muy cuidadosa de mi salud y dado que era época de frío, había que abrigarse muy bien.
Ya en los campos, unos que las autoridades autorizaban para ventas navideñas. Mi padre, buscó uno grande; pero no crean que era un pinabete, o un pino, no, era un chiribisco pintado a mano con pintura de color plateado, para dar la impresión de que ese chiribisco estaba blanco a consecuencia de las duras nevadas. Se lo hecho al hombro y nos devolvimos a casa. Mientras mi padre cargaba el arbolito, mi madre me tomaba de la mano y en la otra, la bolsa con objetos navideños para adornar la casa y el chiribisco.
Mi padre, colocó el chiribisco en una cubeta a la que llenó con piedras y tierra, todas extraídas de mi lugar selvático, hogar de mis amigos, los saltamontes. 
Cuando el chiribisco se vió erguido, mi madre procedió a colocarle los artilugios decorativos de la época: pelo de ángel, focos de colores azul, blanco y rojo, (éstos no eran como los de hoy, esa maraña que cuesta un mundo desenmarañar; no, esos eran unos focos llamados chilitos, eran fáciles de detectar cuando uno se quemaba y eran grandes), yo ayudaba a decorar, colocando las bombitas (esferas navideñas) esas poseedoras del duende de Santa (¿recuerdan?) Por fin, el chiribisco plateado, era un hermoso símbolo navideño, lo único que faltaba era colocarle la estrellita en lo alto del chiribisco, que ahora era un arbolito navideño. Mi padre se encaramaba en un banco y haciendo malabares, mientras mi madre lo sostenía de la cintura y yo de sus piernas, él colocó la estrellita, esa que para mi estaba en el mismo firmamento; luego los tres esparcimos pino en el piso, pues era tiempo de fiesta y ese pino olía a fiestas. Además mi madre colocaba una cadena de manzanillas amarillas las cuales cuando se descuidaban yo me las comía. 
Cuatro días después, mi mamá me despertaba y yo me negaba a despertar, pero al escuchar ésto... ¡me levante como de rayo!
- ¡Hoy es navidad! Esas fueron las palabras mágicas de mi madre, para que me levantara.
Ese día, mi padre nos llevó a pasear y de paso, se compró comida y golosinas para esa noche tan especial, aprovechó y le compró a mi madre obsequios, lo mismo hizo para mis hermanos, un regalo para cada quien y el mio que ni cuenta me dí.
De regreso en la casa, ya cayendo la tarde y acercándose la oscura noche, mi madre me arregló una mesita y una pequeña silla de palo blanco frente al televisor, en la cual colocó mi cena yo la esperaba ya sentado sobre esa pequeña silla, mientras ella encendía el televisor. 
Recuerdo que la navidad ese día cayó en un día en el que coincidía con la transmisión de un programa de Disney. Apareció en la pantalla de 25 pulgadas, en blanco y negro, la pantalla dividida en cuatro, en el extremo superior izquierdo, el palacio de Disney y al centro Campanita, dándole vueltas a su varita y lo que ella apuntara, de eso dependería el tipo de programa para esa noche. Yo rogaba a Dios, que Campanita eligiera el palacio de Disney, pues de hacerlo, seguro vería caricaturas y nada mejor que caricaturas para un niño de seis años.
- ¡¡Siiiiiii!! Así es, ella señaló el palacio y en la pantalla aparecieron las ardillas, unas que vivían en el árbol que Donald el pato, y que había cortado para adornarlo para navidad. ¡Que buena historia se mandaron esa navidad los de Disney!
Mas tarde, ya entrada la noche, quiza como a las diez, no sé, con exactitud. Mi padre apareció con una bolsa en mano y me llamó, me llevó hasta el umbral de la puerta que daba al patio de enfrente, lugar de miles de aventuras con mis saltamontes. -A propósito, no se para dónde se fueron esa noche a cubrirse del ataque que estaban a punto de recibir- a la par nuestra, agitando su peluda cola, mi Pelusa, una perra de color blanco a la que mis hermanos la pintaban con añelina de colores, como: rojo, morado, verde, a veces multicolor como si fuera una hippie. 
- ¡Qué haces con el niño? Preguntó mi madre, preocupada, a mi padre.
- Le voy a enseñar a quemar cohetes, pues ya es todo un hombre y debe de aprender a quemarlos.
- ¡De ninguna manera! puso el grito en el cielo mi madre. Pero ambos, tanto mi padre como yo, nos opusimos a su absurda decisión. Luego de varios minutos y mi papá ya con algunos tragos entre pecho y espalda además, con la visita de los dueños de la casa, me quedé solo, quemando los cohetes, una bolsa entre mis piernas y na veladora en el piso, era sencillo, solo era de colocar la mecha en el fuego y al ver las chispas y escuchar el típico sonido de la pólvora quemándose, en ese momento se arrojaba lo mas lejos el cohete y ya, no tenía ciencia, pero si que era muy divertido, lo más gracioso de todo, era que Pelusa, cada que yo lanzaba un cohete al jardín, ella creía que eso era un palo y corría a traerlo de regreso; se introducía en la oscuridad de la vegetación de aquel enorme jardín, que por cierto, ella, la perra, desaparecía por completo pero al ella regresar a donde me encontraba yo, con lo que había lanzado en su hocico. Solo veía como éste se alumbraba y de su hocico salía la llama de la explosión del cohete, yo reía a mas no poder, ella regresaba y se sentaba a la par mía a esperar a que yo lanzara el siguiente, aquello se volvió viral y a Pelusa, seguro se le durmió el hocico, pues no reaccionaba a la explosión del cohete en su hocico. 
Ésto, era hilarante, que me olvide de las reglas del juego dictadas por mi padre.
- Si la mecha es muy corta, apartas el cohete, para que yo lo queme más tarde. Eso me indicó el viejo pero se me olvidó o mas bien, no me fije; lo que deseaba era mandar lo más rápido posible los cohetes al lugar del jardín para que mi perra los fuera a recoger. Entonces llegó el trágico momento. Tomé un cohete con la mecha corta, la coloque entre la llama de la veladora, ésta prendió rapidísimo, que en un cerrar y abrir de ojos solo escuche el estruendoso sonido a mi lado, la llama se extinguió, yo brinque por el sonido, mi mano se durmió por breves segundos, para luego pasar a darme un doloroso ardor, que sentía que mis dedos eran enormes y que se me caían de mi mano; en ese momento mi madre y vecinos, menos mi padre, pues sabía que le vendría una madreada, se quedó disfrutando de su trago con el vecino, sentados en la sala, mientras mi madre me embadurnaba la mano con una crema, mis dedos estaban negros por la pólvora y luego pasaron a ser de un color entre rojo y morado, aunque me esforcé por no llorar, no pude evitar lamentarme, pues el ardor es horrible; pensé: ¿Cómo hace Pelusa para soportar tanta explosion en su hocico? nunca lo supe.
Para consolarme, la vecina me dió su regalo por adelantado, supongo que casi eran las once de la noche, recibí mi obsequio navideño; el cual era un carro policíaco, de metal y de baterías, al encenderlo, éste corría por el piso de la sala y de él salía el sonido de una sirena de patrulla de policías, las luces en el techo del carrito brillaban, titilando en colores rojos y azules, los silvines alumbraban el piso cuando llegaban a un lugar oscuro y sus stop tambien funcionaban, ese regalo hizo que se me olvidara por un rato el dolor, para luego regresar cuando quería manipular mi regalo; entonces le pedí a mi madre que me llevara a la cama, pues me bajo un sueño tan delicioso. 
Ya en la cama, le dije a mi madre.
- Me prometes que si me duermo me despiertas a las doce. Y mi madre, al igual que cualquiera me dijo.
- Si mi amor, duérmete, que yo te despierto. Cuando me desperté ya era de día, el sol brillaba como nunca por mi ventana, eso no dejó de molestarme con mi madre, pero a la par mía estaba el carro de metal, la patrulla de policías, y otros regalos más, los cuales destape con la emoción que solo puede sentir un niño de seis años, en una navidad. 
Luego, desayuné a la carrera y salí a mi jardín, por suerte ahí estaban mis amigos los saltamontes, siendo olidos por la nariz húmeda y fría de mi Pelusa; ese día, jugué hasta que llegó la noche, con mis juguetes, regalos de navidad. 
Una navidad, como jamás volví a tener, claro, es que solo una vez se es niño, y solo una vez tienes seis años para disfrutarlos con tus padres la noche de... Noche buena.



SergioRaga 28-12-14



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