viernes, 6 de febrero de 2015

Los Derechos humanos?? 3: El caso de don Ernesto


Don Ernesto salió de su casa de emergencia pues, a su amada esposa, quien padecía de cáncer terminal a la edad de 75 años, le llegaban los tremendos dolores y lo único que le aliviaba su final de la vida; era una droga, la cual se le había terminado y a comprarla se dirigió don Ernesto. 
Sacó su Datsun 120Y modelo 78, ya un clásico, muy bien cuidado pues, lo tenía desde que lo sacó de la agencia, muy bien pintado y bien polarizado, con aros de magnesio; era una hermosura. 
Se dirigió con rumbo a la zona diez pues, en esa zona era el único lugar en donde se ubicaba la droguería que expendía la droga que lamentablemente se le había agotado y que ahora la necesitaba con suma urgencia su amada esposa.
Metido en el transito de la hora llegó a una esquina en donde le hizo el alto el semáforo, atrás de él un motorista, sin chaleco reglamentario, mucho menos con casco, se hizo a la par de don Ernesto y éste, quien viajaba con su esposa en mente tratando de regresar lo más pronto posible, no escuchó cuando el tipo de la motocicleta le golpeaba el vidrio de su portezuela. El semáforo cambio a verde y don Ernesto dió marcha; el motorista se enojó tanto. _ ¡Hijo de puta ya verá! A la siguiente cuadra el semáforo lo detuvo de nuevo, pero don Ernesto, observó que de otro vehículo le hacían señas, lo cual lo trajo en sí y vió como el motorista se acercaba hasta donde él estaba detenido y adelante de él; los vehículos que tenían el semaforo en verde, pasaban y pasaban, lo que le impidió poder darse a la fuga; de nuevo el tipo se paró a la par de él y con la punta del revolver le golpeó el vidrio, para ésto don Ernesto ya se había preparado y sin escuchar los improperios que el motorizado le gritaba desde afuera, don Ernesto no vaciló y se escucharon las detonaciones de su arma, el vidrio de su vehículo se hizo añicos y el tipo de la moto cayó sobre el carro de al lado, llenando el parabrisas con los sesos del tipejo, en ese instante el semáforo dió verde y don Ernesto salió como si estuviera en un arrancón de autos y se dió a la fuga; pero, la policía se hizo presente casi que de inmediato y empezó la persecución. En la radio de las patrullas, se escuchaban los datos de lo sucedido y que el asesino se había dado a la fuga. 
Por los alrededores se encontraban el capitán Smith y su fiel compañero Corzo.
- ¿Escuchó mi capitán?... ¡Mire ese debe de ser!... ¡Coincide con la descripción! Dijo todo excitado Corzo. El capitán Smith, con su típica serenidad, le contestó.
- Seguramente Corzo, pues, tras él va una patrulla con la sirena abierta.
- ¡Coloque las luces en el techo del auto y encienda nuestra sirena! Ordenó el capitán y se dirigieron por las calles aledañas para copar al presunto asesino.
- ¡Mire capitán!, es un anciano ¿él no puede ser el asesino?
- Corzo, la edad no justifica nada. Dijo, un muy ecuánime servidor de la ley, nada menos que el capitán Smith.
- ¡Buen trabajo muchachos! nosotros nos encargamos.... ¡Lárguense de aquí! Ordenó Smith, a los agentes de la policía que tenían enchachado al pobre de don Ernesto. Ellos, apagaron las luces y sirenas y obedecieron las órdenes de su capitán y superior; quedando en el apartado lugar únicamente: Corzo, Smith y don Ernesto.
- ¡Aquí está el arma asesina Smith! Dijo Corzo, con el arma en la mano, pero cuidando las huellas dactilares.
El octogenario, lloraba como niño que recien había perdido a su mejor juguete, algo que conmovió a Corzo.
- ¡Smith!, escuchemos las razones del viejo; ¡mató a una escoria de la sociedad en defensa propia! y ¡mírelo!, ¡morirá de viejo en una cárcel por defenderse! _¡Eso no es justo! Corzo tratando de convencer a un Smith, quien hacia cumplir la ley al pie de la letra. 
Recordemos cuando infraccionó al repartidor de pizza, quien había solucionado un caso que él y Corzo no habían podido resolver y luego de agradecerle le extendió el triquete de la multa. Así era el capitán Smith.
- A ver viejo ¿cuál es tu nombre? Preguntó Smith a don Ernesto.
- ¡Soy Ernesto! Dijo el viejo sollozando.
- ¡Cálmese buen hombre! Lo consoló Corzo. Y, agregó.
- Más bien, cuente, ¿por qué hizo eso tan grave?
El viejo les contó todo; lo de su esposa enferma y, que lo había hecho, lo hizo por ella, pues, sin él, ella moriría y agregó.
- ¡De todos modos, ahora que iré a la cárcel por defender mi vida, ella quedará desamparada y morirá de esa horrible enfermedad sola! _ ¡Soy un imbécil debí de haber muerto en manos de ese asesino! Concluyó, pues, las lagrimas le ganaron.
- ¡Corzo ven para acá! Ordenó Smith a su amigo.
- ¿Qué piensas amigo? ¿Qué debemos hacer?
- Usted es el jefe Smith, pero si quieres mi opinión antes de que nos caigan los del ministerio publico y esos de los derechos humanos, quienes querrán hacerle justicia al maldito motorizado, que, ¿quién sabe a cuantos había matado?
- ¡Tienes razón! Dijo un pensativo Smith, quien se alejó a terminar su cigarrillo como a diez metros de ahí. Corzo, quien conocía muy bien a su amigo y jefe de años, hizo lo que tenía que hacer.
- ¡Dese vuelta don Ernesto! Ernesto lo hizo y Corzo le quitó las esposas; luego le dijo.
- ¡Ve con tu esposa amigo y consuela su dolor en sus últimos días! y, ¡no olvides arreglar el vidrio de tu clásico! Eso le dijo Corzo a Ernesto, luego le regresó el arma. Don Ernesto abrazo a Corzo, le beso la mejía y le dijo. 
- ¡Dios les proteja a usted y a su honesto jefe! 
Subió a su vehículo y se perdió en la gran ciudad, entonces, Smith regreso, subió a su vehículo, diciéndole ésto a su entrañable amigo.
- ¡Te encargas del papeleo y de la prensa Corzo, yo no supe nunca que pasó con el presunto asesino!
- ¿Pero mi capitán? ¿Cómo me deja esa tremenda pacaya a mi solo?
- Fue idea tuya ¿no? 
Se largaron del lugar, con su conciencia en paz y con la misma discusión; pero ambos sabían que los dos lavarían la situación ante sus superiores y la prensa, seguros que nadie lloraría por un asesino menos en las calles.
- ¡Dejas ir a un asesino!, pero no perdonaste una multa de transito ¡jamás te entenderé Smith! 
Smith rió como hace mucho no lo hacía y respondió a Corzo.
- ¡Por eso soy el jefe Corzo! _ ¡jajajaja! 
Rieron los dos, luego Corzo se puso serio; para más adelante reír de nuevo, con su compañero y jefe. 











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