viernes, 20 de febrero de 2015

Una de Vaqueros

                                   
                                           I

El pueblo se avistaba ya a unas cuantas millas, las cuales ya no eran nada para el jinete, quien montaba a un hermoso caballo, negro azabache, el cual, tambien se veía muy agotado, pues, no sería de menos atravesar al desierto calcinable durante varios días. Para el jinete que en ese instante descansaba sobre su caballo azabache en lo alto de una colina de color rojizo, mientras limpiaba el sudor que corría por su rostro, uno que necesitaba de un buen baño y de una afilada navaja para quitar de su rostro una tupida y algo crecida barba rojiza. Luego de acariciar a su fiel amigo, quien movió sus crines al sentir la caricia de su rudo amo; se dispusieron a continuar su camino, mientras que el inclemente sol se iba yendo por uno de los costados del vasto lugar. Ésta vez, caminaron más lento que antes, pues ambos sabían que esa noche dormirían en un lugar mucho mas cómodo que el de los últimos días. 
La luna se apoderaba del paisaje árido, lugar en donde hace unas cuantas horas un calor insoportable era quien dominaba el lugar, llegaba ella, a dar un poco de consuelo a los habitantes de un pequeño poblado en algún lugar en el viejo Texas. El viento hacía de las suyas pues, no dejaba sombrero en cabeza de habitante que dispusiera quedarse fuera de casa como todas las noches. El caballo azabache descansaba muy plácidamente en los corrales del herrador. Mientras que el jinete se encontraba en la taberna, lugar en el cual, ademas de la cantina, contaba con el único hotel de la pequeña ciudad.
Justamente se encontraba sobre la barra de la cantina, bebiendo una fría cerveza, mientras el piano entonaba melodías que invitaban al relajo; en las mesas, otros, simplemente bebiendo hasta emborracharse como cada noche, por otro lado, otros, jugándose el poco dinero que con ellos llevaban.
- ¡Oiga amigo! ¿usted, no es de aquí? ¿verdad? Le interrumpió un parroquiano, quien ya no podía consigo; el jinete lo vió de reojo sin devolver palabra, y siguió bebiendo su cerveza.
- ¿No me escuchó? Dijo, un enojado borracho al verse ignorado por el jinete. Al percatarse de ello, se acercó otro parroquiano, quien se disculpó con el jinete y se llevó a su borracho amigo.
- ¡Vamos no molestes al señor! Dijo el individuo, con cara de susto y se llevó a su amigo. el jinete nunca se molesto en prestarle atención a ninguno de los dos, los cuales salieron de la cantina con destino a echar la borrachera en alguna de las aceras de madera del pueblo. Al salir del lugar, fueron arrojados de costado por cuatro tipos que llevaban prisa por entrar en la taberna.
- ¡A un lado idiotas! Les gritó, uno que no era tan rudo como sus acompañantes pero que aprovechaba la oportunidad de sobresalir cuando se encontraba con tipos completamente etílicos y más, cuando sus acompañantes eran personas temidas por la mayoría de los del pueblo. Luego de que los borrachos comieran polvo, entraron al lugar y mientras dos se dirigieron a la barra, otros dos se quedaban por ahí buscando compañía femenina, a la barra se dirigió quien parecía ser el jefe de los cuatro y junto a él, un muchacho de no más de 17 años.
- ¡Dos cervezas bien frías! Dijo el tipo rudo al cantinero, mientras observaba al desconocido.
- ¡Tómala de un sorbo! Le ordenó el sujeto que daba las ordenes al muchacho, quien al hacerlo no pudo evitar toser un poco. Algo que le causó gracia a los que se encontraban en el lugar, pero el más bullicioso era el que había arrojado a los borrachos, y el resto de clientes le secundaron las bromas que le lanzaba al joven; el único que seguía sin inmutarse era el jinete quien saboreaba sus bebidas. Algo que molestó a quien se creía el rey de la cantina esa noche, por andar con quienes andaba.
- ¡Tú! Le gritó al jinete, mientras lo hacía éste lo veía por el espejo que estaba en la pared, justo frente a él. Al darse cuenta que seguía siendo ignorado, éste se abalanzó contra el jinete quien sin él darse cuenta ya le apuntaba con su revolver; el jefe, lo detuvo en su intento pues, él se había percatado de que estaba a punto de que su amigo insolente saliera herido pues, justo en la gabardina negra y larga la que ya tenía un agujero por haber sido utilizado muchas veces y del cual, salia el cañón del revolver.
- ¡Detente estúpido! ¡acabo de salvar tu miserable vida! ¡lárgate de aquí! Le dijo muy quedo al impertinente, mientras lo sostenía del brazo para luego lanzarlo al lugar en donde lo esperaban el otro tipo y las mujeres.
El jefe regresó con el chico, quien ya estaba algo asustado en el otro extremo de la barra, esta vez, regresaba acompañado de una de las chicas del bar, tomándolo del brazo para luego agitarlo bruscamente, le acomodo al lado de él a la muchacha, luego dijo.
- ¡Por orden del patrón, ésta noche te harás hombre; aunque tenga que matarte para ello! 
El chico se veía muy asustado, pues el jefe era un tipo de muy malas pulgas y poca paciencia; luego de ver que casi se ahogaba con lo de la cerveza, le subió el tono a su cometido de esa noche y empezó a tratar muy mal al muchacho, en el lugar, todos se reían hasta no más, menos el jinete, quien mientras veía y escuchaba lo mal que la estaba pasando el chico; llegaron a su mente los malos recuerdos de su infancia, cuando se encontraba en la granja de su padre, junto a otros jinetes, marcando reses con el fierro de la familia y éste siendo casi un niño en ese entonces, al negarse a marcar a una novilla, el padre enfureció y pidió a sus hombres que lo agarraran pues, le daría su primera lección de hombría, los hombres del patrón lo tomaron y el padre le rasgo la camisa; acercándole el fierro al rojo vivo y éste al ver lo que estaba por sucederle se asustó. Al oponer resistencia, la lección del padre se le salió de las manos y sin él desearlo lo marcó, algo que causó tremendo susto entre los empleados y el mismo patrón que entonces lo soltaron, mientras el chico se estremecía de dolor, el padre asustado y enfurecido quiso golpearlo, diciéndole.
- ¡Mira lo que me has hecho hacerte! Lo amenazó con el fierro en alto. El chico al ver ésto instintivamente y con una velocidad increíble, extrajo de la funda de uno de los empleados de su padre el revolver y disparó en contra de ellos, fue algo jamas visto, lo había hecho con una velocidad que ni el mejor de los pistoleros lo habría logrado.
Mientras éstas imágenes se volcaban en la cabeza del jinete, en la cantina sucedía algo similar en contra del muchacho, pero en manos de quien debía volverlo hombre esa noche, éste le provocaba un tremendo susto y abusaba del hijo del patrón, como si con ello se desquitara del mismo patrón.
- ¡Deja en paz al muchacho! Se escuchó y ésto, enmudeció a toda la cantina, efectivamente, se trataba del jinete quien ahora estaba volteado.
- ¡Oye, nadie nos habla así! Repuso el que se creía más que todos en el lugar; y en postura de duelo, mientras, el resto se hacía de lado.
- ¡No se entrometa señor! Dijo el muchacho, ahora más asustado. Para ésto, ya se encontraban los tres juntos, uno a la par del otro, dispuestos a limpiar con sangre la osadía del jinete.
- ¡Solo dejen tranquilo al muchacho y no saldrán heridos! Les advirtió el jinete.
-¡Jajaja, escucharon al idiota! Dijo el mismo de siempre. Al darse cuenta el jinete de que cualquier mediación era infructuosa, retiró de su cabeza su sombrero que era lo único decente y fino en él y algo que él cuidaba mucho; lo acarició como quitándole el polvo y lo colocó sobre el mostrador. Alguien que ya conocía de ésta rutina, dijo.
- ¡¡Es él!! Y se retiró aún más de donde se encontraba, con gran horror en su rostro.

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