miércoles, 18 de marzo de 2015

El Árbol Mágico


En el jardín del Edén, había un árbol, el cual era prohibido y se le llamó el Árbol del Conocimiento (del mal y el bien) y nada, simplemente estaba ahí con toda la sabiduría pero solo podía ser observado y de sus frutos, aunque éstos cayeran de maduros eran prohibidos para todo el que ahí residía. Sin embargo, en otro lugar del basto y hermoso jardín, había otro árbol, uno que en esas fechas no era más que uno con pocas hojas y casi nulo en cuanto a frutos, más bien, parecía un chiribisco, pero con color a vida.
El tiempo transcurrió y la desobediencia se hizo presente en el lugar y los infractores, expulsados del hogar deseado por cualquier mortal, el árbol violentado por los tres infractores ya nunca fué el mismo.
Pero el chiribisco de pocas hojas y ninguna fruta, comenzó a llenarse de bellas hojas, unas muy verdes y brillantes, y de las ramas, cada día más pobladas, renacieron bellas flores multicolores; todos los colores del arco iris y las posibles combinaciones el árbol las tenía; él árbol se dividió en varias partes y de aquellas bellísimas flores multicolores, brotaron frutos, todos los frutos habidos y por haber se hicieron presentes, convirtiendo al que un día fué un chiribisco que demeritaba al resto del bello jardín del Edén, en la mejor especie y por tanto, la única en su genero. Él árbol, era muy fuerte y aunque al tiempo aparecieron hojas de color amarillentas y sin o con poco brillo, que en un árbol común y corriente se habrían caído a consecuencia de las inclemencias del tiempo o simplemente por carecer de la fuerza suficiente para asirse al árbol por falta de nutrientes, sin embargo, ellas seguían agarradas a las ramas del hermoso árbol, uno que cada día parecía ser más grande, más frondoso, con una gran variedad en todo lo que las ramas sostenían. 
El tiempo transcurría y un día comenzaron a caer unas hojas, éstas bajaban del árbol mesiéndose, como si el aire quisiera que llegaran al piso sin lastimarse y al llegar al suelo, de inmediato estas hojas tanto las amarillentas como las verdes y brillantes eran atraídas con una fuerza increíble hacia el tronco robusto del ahora bellísimo árbol y al paso de un tiempo el cual variaba para algunas hojas, mientras que otras eran absorbidas de inmediato por el tronco, claramente se veían como las hojas se adherían al árbol y entonces se convertían en parte de la estructura del árbol nuevamente y si observabas detenidamente, verías que cuando ésto pasaba en alguna parte del árbol brotaba una hoja nueva con un color verde y con más brillo que las antiguas. Era algo mágico, que maravillaba a los que aún residían en el jardín eterno llamado: Edén.
Contaban los que cuidaban del árbol, que conforme los siglos nacían y morían el árbol era más grande y su tronco más robusto, pero su majestuosidad seguía impresionando a quien tuvo la fortuna de conocerlo y verle, aunque de lejos, pues sus vigilantes no permitían que nadie se acercara a él para que éste no se contaminara y para evitar que por alguna mala intensión o simplemente por mera curiosidad obligaran a la caída de alguna de sus hojas, o flores, o frutos.
La historia documentó que hubo ciertas épocas en las centurias pasadas que el árbol enfermó a causa del descuido de uno de sus guardianes, quien parece se dejó sobornar y un demonio logró acercarse tanto al inmenso y bello árbol, que de sus ramas cayeron miles de hojas; como cuando el otoño llega y las hojas amarillas invaden los jardines; lo peculiar de éstos acontecimientos es que las hojas no caían mecidas y protegidas por ese viento especial y que con forme caían su color verde se iba convirtiendo en uno rojo, algunos decían: Es sangre del árbol. Nadie pudo confirmar si el rojo de ellas era el vital liquido que da vida al ser vivo, lo que si pasaba era que al llegar al suelo, no eran atraídos de inmediato por el tronco para volver a formar parte de la estructura de dicho árbol, se quedaban en el suelo y de las raíces del árbol, ahora unas raíces poderosísimas pues, debían de serlo por el enorme tamaño del árbol; ellas, las raíces se apoderaban de aquellas hojas rojas y las introducían en la tierra fértil del jardín y que cuando eran devoradas por el suelo sagrado del lugar en donde se encontraba el árbol, sobre la superficie quedaba un liquido acuoso de color rojo y las hojas entraban en la tierra con su color natural, el verde o amarillento, y una vez adentro de la tierra, ya sin esa contaminación, ellas se adherían al árbol y de sus ramas brotaban nuevas hojas. 
Ésto lamentablemente fué repetitivo durante muchos años. Pero el árbol mágico seguía en pie, imbatible, incorruptible y que del hermoso jardín del Edén fue lo único que trascendió por los siglos de los siglos y que se apoderó de casi todo el terreno que formaba a dicho jardín.
Éste árbol, se puede observar a miles de kilómetros a la redonda y que lo pueden ver desde el espacio, desde ahí aseguran ver solo su copa y algunos aseguran que su color es azulado, con tonos blancos y hermosos grises. Pero en realidad son los colores en conjunción de los antes descritos. 
Cuentan que ahora está más protegido que nunca y que son miles de guardianes alados los que lo cuidan, para evitar que puedan acercarse a él: demonios sin escrúpulos y que su ciclo de vida sigue siendo el mismo: Las hojas caen mecidas y protegidas con mucho amor por un aire invisible y que al legar al suelo son atraídas por el tronco y que de inmediato se adhieren a él y que cuando eso sucede, de sus ramas que son tantas nace una nueva.
Una tarde se encontraban en su trono el Señor de Señores, Rey de Reyes; observándolo y admirándolo, con una sonrisa en sus labios cubiertos de un bigote y barba tupida y larga; disfrutaba viendo como del árbol caían las hojas que Él quería y no así las que Él no deseaba, solo flotaban sobre le aíre luego de caer las elegidas por Él y por lo tanto, luego de ello, con su gracia, las que caían bajo sus ordenes, bajo su tierna mirada, de inmediato volvían a surgir y esa era la gracia que le provocaba aquella relajada sonrisa. 
Uno de los de su corte, que se encontraba en servicio junto a Él, al verlo se atrevió  a preguntarle...
- ¡Mi señor! llevo siglos viendo a ese mágico árbol, con el cual te diviertes tanto y al cual le quitas las hojas que tu decides que deben de caer y ellas te obedecen y caen para luego volver a renacer en otro lado del árbol.
- Si hijo, así es, pero dime ¿cuál es tu duda?
- ¡Mi Señor! ¿cuál es el nombre de ese mágico árbol? El Señor, en su trono rió más que antes, que hasta se le enrojecieron sus mejías; que por un momento, el que lo interrogaba sintió pena y vergüenza.
- ¿En verdad no conoces el nombre de ese viejo árbol, único en su especie y el que a sobrevivido en el jardín del Edén por siglos?
- ¡No mi Señor!, ¿cuál es su nombre? ¿seguro debe de ser uno muy bello y significativo? ¿verdad mi Señor?
- ¡Así es hijo mio!, ¡el nombre de ese hermoso e inmenso árbol, del cual no cae hoja al suelo si no es mi deseo! ¡se llama....!
- ¿Cómo Señor, dímelo por favor? Y, todos en el lugar detuvieron el aliento y observaron al Señor del lugar, para escuchar el nombre del Árbol Mágico.
- ¡Su nombre hijos míos! es....
- ¡¡ÁRBOL DE LA VIDA!!...
Luego de ello, todos se esmeraron por cuidarlo con mayor ahínco, para que nada ni nadie se acercara a él y para que las hojas que cayeran fueran solamente las que, El Señor, en su eterna sabiduría; así decidiera. 

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