viernes, 20 de marzo de 2015

El Niño y la Cajita de Fósforos


Era invierno y llovía afuera de la humilde casa, una de solo dos piezas,  una de las piezas la dividía un cancel, con lo cual se lograba un cuarto con una cama estrecha al otro lado una especie de comedor con una mesa de palo blanco, en la pieza de al lado, la cocina y una improvisada sala con unos bancos de madera, no eran importante pues nunca tenían visita; en ésta pieza la puerta principal y una ventana de madera y vidrios sucios; lugar en donde el niño se la pasaba viendo para afuera, digamos que era su único entretenimiento. 
Esa mañana, él topó su rostro contra el vidrio de la ventana y un frío le recorrió por el rostro, pero a él no le importó, luego apretó su nariz contra el vidrio para poder así observar mejor como caían las gotas de agua sobre los charcos del lugar que podríamos decir, era el jardín del lugar pero lo que en realidad era, un terreno baldío el cual, contenía un lodazal debido a las copiosas ultimas lluvias.
Para el niño, el lugar era fuente de inspiración pues, desde su ventana él no veía lo que todo el mundo veía, el lodazal, el niño veía: Aventuras, historias, leyendas, que de una u otra manera alguna ves había oído de boca de alguien, para éste  niño, esa ventana era una especie de cinemascope y en ella se presentaban, historias inéditas, inventadas por su cabecita de apenas cinco años de edad, él se compenetraba tanto que ignoraba todo lo que sucedía a su alrededor y así pasaba horas imaginando lo que un día en su futuro serían unas hermosas historias, las cuales cautivarían a un selecto publico, el niño no se imaginaba que lo que ahora veía, en un futuro serían; aventuras, leyendas, historias, cuentos, fabulas; que a todos les encantarían. 
La madre del infante lo devolvía a la realidad indicándole que su desayuno estaba en la modesta mesa de palo blanco, al lograr separarse de aquella ventana y sentarse a la mesa para tomar su humilde desayuno, se encontraba con un suculento plato con una banana y leche cremosa, endulzada con azúcar. También, ahí se quedaba absorto por unos minutos observando como los pedazos redondos del banano flotaban sobre la leche y él con la cuchara y movimientos circulares producía una historia más en su mente infantil. Su madre al darse cuenta de que su niño no comía, ella tomaba la cuchara y le servía hasta la boca sus alimentos, cosa que el niño aprovechaba para darle vida a una nueva aventura de aviones en el aire, una guerra, una aventura, una expedición. Al terminar de desayunar regresaba a la ventana para continuar con sus aventuras imaginarias. 
Nunca soñó con un juguete, ¿para qué?, si él tenía en su cabeza una juguetería completa, y de la cual tomaba el que se le antojara para llevar a cabo sus juegos mentales. 
La madre luego de lavar los pocos utensilios, se dedicaba a lavar las pocas piezas de ropa de su guardarropa personal, de ella, esposo e hijo. Cuando la lluvia menguaba o desaparecía y salía el astro rey, invitaba a su niño para que la acompañara al mercado, el que quedaba como a tres cuadras de su hogar. Camino al mercado el niño corría enfrente de ella, dándole rienda suelta a su imaginación. En el mercado, el niño era un mercader que realizaba transacciones multimillonarias con los locatarios del lugar y por donde le era posible se adueñaba de algunos frijoles, arroces, pepitas, etc. éstos le servirían después en su casa para jugar con ellos, pues juguetes, ninguno, no había dinero para malgastarlo en tonterías.
En uno de tantos regresos del mercado, el niño se encontró un muñeco desnudo, era un bebe sentado con los brazos abiertos y una enorme sonrisa en su boca; no podía creerlo, que suerte encontrarse con ese muñeco, con mucho recelo y observando para todos lados se agachó y lo colocó entre sus manos para luego guardarlo en uno de sus bolsillos de su pantalon de mangas cortas para evitar que se observara que ya no era su talla. Buscó el bolsillo que no tenía agujero para evitar perderlo por accidente, tal vez así le había sucedido a su dueño anterior. 
Cuando estuvo en casa, lo buscó con mucha ansiedad para ver si no era su imaginación, al encontrarlo lo colocó sobre la mesa y lo observó durante largos minutos, pensando que era su primer juguete en toda su vida y no se lo creía. Luego de varias largos minutos, llamó a su madre y le enseñó lo que se había encontrado tirado en el mercado, su madre lo cuestionó por varios minutos para ver si su hijo no era un vulgar ladrón y al percatarse luego de un interrogatorio formal, que si lo había encontrado le autorizó que jugara con su primer y único juguete. El niño al ver al muñeco sentado, imaginó muchas maneras de como usarlo en sus juegos, luego de un largo escudriño llegó a la conclusión de pedirle a su madre una cajita de fósforos, su madre sin cuestionarlo se la dió, no sin antes extraer los fósforos que aun le eran útiles y los guardó en un lugar, en lo alto. El niño con el muñeco y su cajita de fósforos, la abrió y sentó adentro de la cajita al muñeco, luego lo aprisionó y el afortunado muñeco ya contaba con un auto del año, cero kilómetros y entonces la imaginación del niño lo hizo viajar por: Carreteras que no conocería sino años después, tanto el niño como el juguete se la pasaban de lujo, viajando por lugares increibles, pasaron puestos de registro, se detuvieron en gasolineras, le dieron aventón a desconocidos, cambiaron neumáticos en varias ocasiones, pasaron por largos puentes, por fin llegaron al mar y luego de estacionar el auto, el niño y el muñeco se dirigieron a las playas a darse un chapuzón; el lugar, era la pila de la casa. 
Ese día pasó más rápido que los anteriores, papá regresó a casa cansado del trabajo, cenaron en familia los tres y mientras el niño cenaba jugaba con sus juguetes nuevos: La cajita de fósforos, el muñeco desnudo, los frijoles, el arroz y las pepitas. 
¡Hora de dormir! dijo la madre y lo cambió, luego lo dejó en la única cama, pero el niño no tenía sueño y jugaba en la cama, las sabanas eran montañas elevadas y otras veces valles y planicies enormes; hasta fue a ver una película a un auto-cinema, esa noche se sentó sobre la cama, colocó al muñeco y los frijoles, arroces y pepitas adentro del auto y vió un largo metraje, en el cual, los protagonistas eran las sombras de sus padres reflejadas sobre el cancel. 
El niño tuvo que cubrirle los ojos al muñeco desnudo en las escenas elevadas de tono pues, no quería que nadie viera cuando sus padres se abrazaban y se besaban los labios.
Ya algo cansado por el trajín del día, más diría que por el cansancio mental por tantas aventuras imaginarias, el niño se agotó y el sueño le llegó, colocó sus juguetes sobre una pequeña mesa que hacía de buró y, al colocarlos sobre él vió a una solitaria bebetina, la observó y luego vió que sus padres no tenían intención de dormirse aún, así que de manera clandestina tomó la bebetina, la abrió y  sacó a la pequeña pastilla con sabor a gloria y se la comió, trató de que le durará mucho en su paladar, pues a saber cuando probaría otra pues, para él ese era un dulce un caramelo de los que habían en las tiendas y nunca había tenido la dicha de haber probar uno, pero sabía que eran deliciosos pues, alguna vez un amiguito le contó que tenían sabor a miel.
Con la pequeña bebetina desasiéndose en su boca, el niño se quedó profundamente dormido, sin él saber, que al día siguiente tal vez escribiría una historia en su mente, que en un futuro no tan lejano, esa historia, llegaría a ser un Best Sellers.





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