lunes, 9 de marzo de 2015

La Bartolina


El hombre, fue tomado y engrilletado, luego, llevado por cuatro carceleros que lo acompañaron hasta el que sería su nuevo lugar por quien sabe cuanto tiempo; éste, mientras era empujado y llevado casi a la fuerza, preguntaba.
- ¿A dónde me llevan? _¡Exijo me digan! _ A ¿dónde me llevan? 
Sin embargo, sus carceleros le ignoraban y por el contrario, más lo empujaban y lo apresuraban a su destino inmediato. Éste, resignado ya no puso resistencia a sus celadores y se dejó llevar; pasaron por pasillos, luego por el patio de recreación, lugar en donde había pasado muchas anécdotas con sus compañeros de condena, siguieron caminando y el hombre ya sentía en su cuerpo el frío del abandono, de la ausencia, de la ignorancia. Luego de varios minutos de caminata y ya cansado, por fin llegaron al lugar.
- ¡Éste será tu hogar! Dijo uno de los cuatro, mientras los tres restantes se reían, sin pensar que a lo mejor uno de ellos o los mismos cuatro carceleros, llegarían a ese lúgubre lugar, algún día, pues nadie está exento a una condena como tal; el hombre, por su parte al verse frente a ese asqueroso lugar, se opuso a entrar en él.
- ¡No! ¡por favor, ahí no! ¡Prefiero el paredón! Pero, ¡ahí nooo! Gritó, mientras los carceleros lo empujaron sin piedad hacía adentro de la bartolina. 

El lugar de castigo para los incorregibles, éste, era un lugar oscuro, muy oscuro, con residentes permanentes, como, las ratas, cucarachas, y cualquier clase de bichos, una iluminación muy pobre, apenas lograba a ver un poco mas allá de lo que sus brazos alcanzaban, con paredes muy rusticas y tapizadas de arrugas, descalcificación, palabras indescifrables, debido al tiempo, con unas dimensiones tan minúsculas, que tal vez nunca podría volver a estar erguido, el olor nauseabundo, pues a un lado, un agujero,  lugar en donde haría de hoy en delante sus necesidades, o sea que no debería de ir lejos para hacer caca y pipí, y debido al tiempo y falta de mantenimiento, ese agujero estaba prácticamente con los desechos a flor de piel, a penas había llegado y ya el frío le penetraba en sus huesos, produciendo en sus articulaciones dificultad para hacirse a algo, sus extremidades pronto sentirían la espantosa deformación en ellas. 
A penas llevaba un día en aquel lugar y para él, era como si llevara una eternidad, por ratos se desesperaba y gritaba pidiendo con gritos desgarradores, que lo sacaran de ahí. Sentado sobre el suelo de barro, sin polvo y frío, veía un poco de luz, pues, arriba de la bartolina una pequeña escotilla era el contacto con el exterior y por las noches, largas noches de insomnio, el lugar era tan oscuro, más oscuro que la propia oscuridad, no alcanzaba a ver ni sus retorcidas manos con dedos abultados en las articulaciones, como bolillos de baquetas para tocar marimba, eso le impedía cerrar o abrir bien sus manos. Las que se las llevaba hasta sentir su rostro, uno que ya no era el que él recordaba, se lo palpaba y ahí comprendía que aquel lugar en donde estaba metido, la bartolina, era más oscuro que la misma oscuridad.
Sus alimentos, se los llevaban una vez pro día y se los arrojaban por debajo de la puerta de su bartolina, en un solo plato los tres tiempos, cuando éstos eran lanzados por el celador a veces quedaban muy cerca de la letrina y el hombre debía de pelear con sus acompañantes; las ratas y cucarachas, sus únicas compañías, pues el carcelero, o no tenía tiempo para regalarle un par de palabras o debía de seguir repartiendo los alimentos al resto de condenados. 
Para el hombre, ya no importaba pues, lo único que él deseaba era la muerte, pensaba que ella era la única que podría sacarlo de ahí, y devolverle su libertad, al menos de la bartolina. 
A veces, alcanzaba a escuchar los gritos; gritos que para él, eran susurros que llegaban por la escotilla superior, de sus ex-compañeros que estaban en sus horas de recreo en un patio que un día compartió con ellos. Pensó.
- ¿Se olvidaron de mí? _ ¡Vaya que la pasamos bien todos juntos, durante un buen tiempo en ese lugar! _ ¡Pero hoy, ni me recuerdan, ni me extrañan!... ¡Me olvidaron! Luego se quedaba dormido sobre el incomodo piso de barro y en su rostro, las cucarachas descansaban, mientras entre sus muslos las ratas se acomodaban, y las moscas, luego de compartir, caca, pipí y los alimentos del hombre, volaban hasta su cara y sobre ella se abalanzaban interrumpiendo por ratos sus cortos descansos mentales.
Una de muchas noches, de las cuales, había perdido la cuenta y además, perdido todo el sentido de tiempo y espacio, había olvidado lo que era estar completamente erguido, el caminar, sin necesidad de ayudarse de los sucios y oxidados barrotes que le limitaban su locomoción y que, ahora, cualquier pequeño paso que la bartolina le permitía dar le provocaba un tremendo sofoco. Sentado, viendo con mucha incomodidad hacia la escotilla, la cual, esa noche le brindaba un poco de iluminación, pues, la luna afuera, estaba tan hermosa y alumbraba a cien watts o más. 
Quedó privado, sumergido en sus recuerdos, su vida de libertad y pudo razonar que en realidad nunca había sido libre, pues, el sistema de la sociedad, quería hacerlos sentir libres y soberanos pero con tantas reglas y leyes, algunas absurdas, ahora se daba cuenta que en realidad jamás había sido realmente libre. Y, ese pensamiento lo llevó por un instante hacia una parte en su vida, en donde había estado en una situación parecida a la presente y que había logrado salir de ella con éxito, éste pensamiento le regresaba las esperanzas de muy pronto salir de esa bartolina y regresar a los patios, a compartir con los suyos, a disfrutar nuevamente de lo perdido. 
Se repitió y ésta vez lo dijo en vos alta, como esperando que alguien lo escuchara, aunque sabía que nadie lo oiría aunque lo escucharan hablar, ni siquiera sus compañeros de celda le colocaron atención, pero a él no le importó y contó su historia.

- Hubo un tiempo, hace mucho, mucho, pero lo recuerdo como si fuera ayer; que me encontraba atrapado en un lugar, uno más pequeño que éste, muy húmedo, sin escotillas, y en oscuridad tambien, llegué ahí por un accidente y me dejaron metido en esa cueva durante un tiempo, sí, escuchaba que trataban de sacarme de ahí, oía voces tiernas de aliento, las que me invitaban a ser paciente y que pronto yo lograría salir de ahí y heredaría la libertad. Cuando más desesperado estaba pues, llevaba varios meses metido ahí, escuché voces, me moví como pude pues, el lugar si que era estrecho y en uno de tantos movimientos ví, sí ví, un túnel que de alguna manera había llegado hasta donde me encontraba y en el otro extremo de aquel túnel, la luz, una que por un momento me lastimo mis ojos, para luego invitarme a salir, escapar de mi encierro de meses, en el lugar que fuí cobardemente abandonado. Cómo pude empecé mi viaje hacía la libertad, mi libertad, una tan deseada, que no me importó lo angosto de ese túnel, lo incomodo que fué, la asfixia que por ratos me provocó y la claustrofobia que viví mientras a través de él viaje, era uno muy largo, pero corto a la vez, ésto tal vez, debido a mi condición. cuando por fin, estuve frente al borde del túnel, de mi libertad, sentí que a mi cuerpo lo invadió un miedo que me dejó inmóvil por un buen rato; entonces sentí como manos amigas me ayudaron y me extrajeron del que fue mi hogar por unos buenos meses, cuando de ahí salí, fuí atendido por médicos y enfermeras, quienes me revisaron que todo estuviera bien en mí, y luego me limpiaron, casi que me bañaron. 
No me da pena decir, -dijo, con un nudo en la garganta y lagrimas en sus ojos; el hombre adentro de la bartolina- que lloré, si lloré, como si fuera un niño, pero mi llanto en ese instante era de felicidad, pues volvía a ser un hombre libre, claro, libre dentro de una libertad que no lo es, ni lo fué nunca y nunca lo será, pero era algo mejor qué dónde hoy estoy. 
El hombre de la bartolina se encontraba llorando, tal cual ese día que acababa de relatar a quien quiso escucharlo; posterior a esa aventura de su vida, siguió por toda la noche contando el resto de su vida, aprovechando del insomnio que se había apoderado de él esa noche de lunada, y llegando el amanecer alcanzó a contar como y por qué, hoy día estaba metido en esa bartolina, -algo que estoy seguro nos hubiera gustado mucho saber-. 
Cuando, por fin, terminó con su historia, la historia completa de su vida quiza; escuchó, como después de tantos meses o años, quien sabe, un ruido que no había vuelto a escuchar desde el instante en que se opuso a entrar en la bartolina, eran las llaves golpeando contra el candado, esa pequeña y delgada línea, entre la vida y la muerte, por fin, se abrió la puerta y frente a ella, solo un guardia, pues, para meterlo se necesitaron cuatro porque, sabían que se opondría a entrar a la bartolina, pero no a salir de ella. El guardia, que esta vez llegó, era alguien diferente a los cuatro anteriores. El hombre no podía ponerse de pie, que el celador entró en el lugar y lo tomo entre sus brazos y de ahí lo extrajo, él sintió como si dejara parte de él ahí, pero lo que ahí quedaba era una bartolina ya sin inquilino, una vacía, luego que salió de ella, fué invitado por el celador, quien le dijo _ ¡Sígueme hombre! Pero, el hombre se negaba, incrédulo al verse erguido como hace años no lo lograba, luego vió sus extremidades y éstas perfectas, observó a sus manos con su dedos deformados y nada, eran hermosos. El celador, le dijo.
- ¿Vienes o quieres regresar ahí... a tu bartolina? Ésto lo dijo con una vos, amigable y una sonrisa en sus labios. El hombre lo vió y le dijo sonriente y satisfecho.  _ ¿Volver ahí?  ¿Ni muerto? Ambos rieron y el hombre se alejó rápido de la bartolina, y siguió al celador, quien lo esperaba un poco más adelante. Pero, el hombre notó algo y preguntó.
- ¡Oye! ¿no es por éste lado? De nuevo el celador, sonrió y dijo amablemente.
- ¡Esta vez es por acá! ¡Tú solo sígueme! Extendió su mano invitándolo para largarse del lugar y dejar ya ahí a su bartolina, el hombre se apuró y al darle alcance, le paso su brazo por el hombro y algo sintió que debió preguntarle a su celador.
- ¡Oye! ¿qué tienes en tu espalda? ¿acaso es un tumor? Éste siguió sonriente y le respondió.
- ¡Es algo normal para donde vamos, pronto tendrás las tuyas! 
Terminó de decir ésto y una luz brilló, una que encandilaría a cualquier mortal, hasta el grado de cegarlo si pudiera verla. Y, mientras caminaban hacía esa luz, el celador dejó caer su casaca y de su espalda, salieron un par de hermosas blancas alas y, se los tragó una espesa bruma, un velo luminoso y pronto éste se cerró; la oscuridad del lugar regresó.

En un cuatro oscuro, cuatro personas lloraban, amargamente sobre una bartolina, arrugada y canosa, que justo ahora, sus manos y extremidades artríticas eran normales y de ella, sin darse cuenta ellos, mientras lo lloraban y acariciaban sus cabelleras canosas, su piel arrugada, su olor fétido. Sigilosamente tambien se iban del lugar ya sin vida, la rata y la cucaracha, que fueron sus fieles amigos y testigos de sus ultimas historias las que fueron narradas por él, justo cuando le llegaba el fín a su vida, los tres dejaban ahí abandonada una bartolina, lugar a donde muchos serían pronto llevados a pasar sus últimos días de vida, abandonados, olvidados, inservibles, luego de una vida plena, de múltiples aventuras, trabajo, sustento, proveedores de alimentos y educación. Lugar para aquellos que dejaron de ser útiles y que son llevados a esa celda, que muchos preferirían estar mejor enfrentando un paredón, a ser olvidados por aquellos que tanto amó. Adentro de una oscura y hedionda... Bartolina.     
  
 











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