lunes, 22 de junio de 2015

Volver...


Mientras conducía con destino, el mismo de hace 20 años atrás, cuando de ahí tuve que salir, como culpable, señalado, maltratado, injuriado, exiliado por algo que nunca pude haber hecho, pero hubo  a quienes eso no les interesó y conmigo se excedió. Mientras conducía mi vehículo, uno que en aquella época al igual que yo, era carro del año, pues, en ese entonces yo era muy exitoso, la vida me sonreía y con pocos años, en otras palabras con un futuro prometedor. 
Mientras me acercó a mi ciudad me corre el miedo por todas las fibras de mi cuerpo, miedo por lo que en ese entonces mi vida fué y por lo que ahora es.
- ¡Recuerdo que por éstas vueltas había un mirador! Pensé y efectivamente a unos pocos metros en él me parqué, bajé de mi ahora carcacha pero aun funcional, y al pararme a la orilla de ese mirador el frío que del vacío me recibió, heló todo mi cuerpo, que tuve que sobar mis brazos debido al escalofrío que me recorrió al ver a todas esas luces que parecía me parpadeaban, y ellas, las mismas que hace veinte me dijeron adiós y que por estos 20 años me acompañaron en mi exilio.  
Siento que hoy me ven con indiferencia, pues muchas de ellas son nuevas y me desconocen y otras ya no están, se habrán marchado como pronto yo lo haré. 
Quiero dejar de huir y por eso decidí regresar al que fue mi hogar.
Mientras reflexionaba, de mis ojos viejos y cansados una lagrima por la mejía brilló y de mi cuello, sentí la misma presión de hace veinte años, pero esta vez era un nudo que me invitaba a llorar. 
Regresé a mi viejo carro, viejo como yo, con mi cara marchita, y una cabellera fría por las nieves que en ella hoy vivían y además, con mi escasa cabellera, algo que al igual que yo, se habían quedado regados en el tiempo por los lugares que visite al salir de aquella injusta prisión a donde por diez años me encerraron; injustamente culpado y acompañado por esas pesadillas que ahora me atormentan y no me dejan dormir como un día. Mientras seguía conduciendo calle abajo, pensaba que veinte años tal vez no eran nada, nada para aquel que los ha compartido con la gente amada, pero si eran muchos para el que se le obligó a dejar lo más amado; como barco a la deriva, como barca encallada y abandonada a su fortuna sobre aguas en un mar revueltas, malvado y bravo, como en ese entonces llevaba yo a mi corazón. 

Cuando por fin entre en la ciudad, una pequeña que ahora para mi era inmensa. Tengo miedo de encontrarme con ese pasado y mi presente, con esa noche que fuí injustamente acusado de algo impensado y mucho menos probado.
He vuelto, tal vez con mi cara marchita, mi cuerpo delgado, mi pelo grisáceo y mis sienes blancas, a enfrentar mis peores miedos y a recuperar a mis seres amados, saber, si me enterraron o si aun vivo en sus mentes o lo mejor, en sus corazones. Cuando sentí, me encontré parado en la vieja calle, una que al verme bajar de mi auto me vió indiferente y los que ahí deambulando encontré me ignoraron por completo, eran personas que llegaron cuando yo de ahí me marché. 
Como todo viajero que un día de ahí huyó, por fin regresé, no como me fui, pero con mi conciencia tranquila pues, pagué lo que no debía, y aquí deseaba venir a morir. Por largos minutos por la calle vieja caminé y caminé, parando en algunos lugares y al detenerme, en ellos mi mente regresaba en el tiempo, ese tiempo que grabado en la mente está y que en éstos casos te enseñan muy claro todo. 

En esta banca apolillada, simulada con mano pobre de pintura para hacerla ver como que el tiempo no había pasado en ella y lo que ahí vi, fué a Marcela, temblando pero no de frío, sino de amor, amor por mi, sentí otra vez como ella se fué calmando cuando la abracé y por fin la besé. Y unos meses después en ésta misma banca muy emocionada me dió la noticia de que estaba embarazada, esa noticia, la mejor para mi en toda mi vida y fué la que le trajo la desgracia a mi vida. 
Otros pasos más abajo me encontré frente a lo que entonces un parque ésto fué, hoy una especie de basurero de donde a gritos los juegos oxidados quieren surgir, como yo quisiera, pero ya no se podrá, lo sé y eso me hace morir de miedo, ahí estaba mi pasado enfrentándose conmigo en mis pensamientos. 

Esa noche don Juan me reclamaba porque había mancillado a su niña amada a quien yo amaba igual o más que él. Él con pistola en mano, apuntando a mi pecho, mientras Marcela le pedía que se controlará que ella y yo nos casaríamos pues, nos amábamos. Entonces apareció el desgraciado de Javier Francisco Del Cid, con sus cosas de grandeza por ser hijo del hacendado, y al ver lo que ahí pasaba, gritó: 
- ¡Déjemelo a mi don Juan, yo mato al desgraciado! y entonces, el confuso encuentro y después, aquel sonido que sordo me dejó en la confusa confrontación. Cuando regresé en mi, vi a Marcela llorando desesperada sobre el cuerpo de su señor padre, don Juan, quien no tuvo tiempo de decir nada, pues el tiro fué certero y con su vida al instante terminó. En ese instante como nunca sucedía en ésta pequeña ciudad se hizo presente el señor director de la policía junto a sus guardias y al verme con arma en mano, sin preguntar ni siquiera investigar me colocaron las esposas y Javier quien estaba obsesionado con mi Marcela con el director de la policía me acusó y como él, el hijo del hacendado y yo, alguien con futuro prometedor pero hijo de don nadie, me tocó que cumplir una condena injusta, aunque breve pues, años después cuando el padre de Javier moría, confesó que yo no era el asesino, pero ¿quien lo fué?, ¡fué un accidente!, o ¿don Juan fué cobardemente asesinado? eso nadie lo supo y quien sabe si algún día la verdad saldrá a flote y ésta maraña logre desmarañarse y así la duda despejar. 

- ¿Volviste no? Esa voz me regresó de golpe a mi presente, al escuchar su voz, supe de quien se trataba pero lo confirmé girando mi cuerpo y al verlo en su mirada confirmé lo que siempre sospeché, en esos ojos azules que no podían disimular ese odio para mi persona. Otra victima del tiempo que me vió volver, tambien Javier denotaba su frente marchita y las nieves en todo su pelo y tambien su bigote, ese que siempre lo identificó y que ahora era blanco como una fría nevada.

- ¡Sí... fui yo! Me confesó, sin pelos en la boca y sin el menor recato yo que siempre vi esos ojos llenos de odio, hoy confirmaba de nuevo que Javier era un hombre malo y que si podía me mataría. Pero para mi la vivir ya no era vida, eso ya no era nada. 
Lo malo para Javier al confesar su malvado pasado, fué que sin él darse cuenta, unos metros atrás de él, mi Marcela y a su lado un joven muchacho quien la detuvo para que no cayera al suelo, cuando ella escuchó lo que Javier, su esposo me confesaba, sin aun percatarse, sin ella en ese momento haberse dado cuenta de que el confesor, ese era yo, y era lógico pues, en sus recuerdos para ella, yo seguía siendo el de veinte años en el pasado.
Cuando Marcela regresó a la realidad, Javier se encontraba a la par de ellos, de Marcela y del Joven muchacho ellos, los varones, me veían con el seño fruncido menos Marcela quien al verme no pudo evitar que su rostro marchito pero bello se llenara de lagrimas por ver al que un día fué su verdadero amor, y ahora el saber que siempre estuvo engañada todo este tiempo, por el que hasta ahora era su marido y padre del que a su lado estaba; un hacendado muy respetado en la gran ciudad, esa de ahora.
Ella se soltó de hijo y marido y a mis brazos corrió y cuando estuvo frente a mi, en el cuello sentí como me apretaban ondas de dolor que viajaban con rumbo a mis ojos a desembocar, mi pecho agitado de emoción y tambien de nostalgia. 
Luego sentí en mi rostro marchito las caricias por veinte años añoradas, esas caricias tan ansiadas y en sus ojos me encontré con él, el amor real y verdadero, uno que a pesar del tiempo seguía vivo, adormitado quizá y adentro de mi corazón una esperanza chica que en ese instante se acrecentó, y pensé veinte años no han sido nada para hacer morir el sentimiento que aquella noche nos unió, el amor era el mismo o tal vez mayor. 

Sus caricias no me dejaron sentir hasta que me ví cayendo por el suelo, luego de que mis oídos escucharan el mismo sonido de hace veinte largos años de dolor y aunque no quise el regreso, para no hacer sufrir a quien ya no sufría y que me recordaba con indiferencia y ahora a mi lado sufriendo lo mismo de hace veinte años, primero su padre, ahora el amor; uno que jamás fue exiliado de un corazón firme y seguro de lo que un día por mi sintió.
- ¡No por favor no te mueras! Era la suplica de Marcela, pero la vida para mi hace mucho se había terminado y que solo había regresado a buscar un dulce recuerdo y a cumplir mi más querido deseo, morir en sus brazos, un deseo que sentí desde el momento en que me dijo el medico que me quedaban solo dos meses de vida.
- ¡Madre qué haces, qué significa todo ésto! El joven reclamaba con mucho dolor a su abnegada y siempre respetada madre, al no escuchar de ella respuesta se dirigió hacia el que durante veinte años fué su padre, con pistola humeante en manos y a su lado vecinos y autoridades custodiándolo, el chico con mirada y dolor en su corazón, seguía preguntando con desesperación.
- ¿Padre por qué le has matado? ¿quién es ese hombre a quien tus ojos ven con odio, un odio que te ha hecho un asesino? 
Javier quien quiza por un instante arrepentido y de ver a la mujer amada llorando por el hombre siempre amado, sintió una onda de arrepentimiento en su pecho y al hijo le contestó.
- ¡Oye muchacho, tu padre, el que pensaste por veinte años, no es más que un doble asesino, ese padre mató a tu abuelo y ahora mata a quien junto con tu madre te dió la vida!¡ Ése viajero ahí muriendo, ese es tu padre! ¡tu verdadero padre!
- ¡Noooo! ¡Madre dí que no es verdad! Marcela lo vió y al hijo le pidió perdón por habérselo ocultado por veinte años. 

Mientras que, él que había vuelto de su largo viaje, se prestaba a empezar otro pero sus ojos se clavaron con orgullo e inmenso amor sobre los ojos del que era su hijo, la mejor noticia de hace veinte años y que ahora lo era una vez más.
- ¡Hijo!... 
Dije. Pero, la luz de mi vista se apagó.

...Tengo miedo del pasado que se acerca a mi, pero como cualquier viajero, detuve mi andar y quise volver... Volver, con la frente en alto, para despedirme de quien lo fué todo en mi vida, una que para mi solamente un soplo fué ... Un soplo de vida... 
Y que, como siempre quise, volver, volver al que fué mi único y verdadero amor...





  

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