domingo, 20 de diciembre de 2015

Cómo en el Viejo Oeste


Las ondas calurosa se reflejaba en la planicie a lo largo de un enorme valle, un valle rodeado de largas cordilleras, unas montañosas muy largas que abarcaban kilómetros en ambos lados; durante varias semanas que se veía pasar a alguien que por todos los tiempos nunca antes lo había hecho pero que últimamente si lo hacía muy a menudo, tal cual sucede cuando un día despiertas y vez que por donde vives a menudo pasa alguien que nunca antes viste por el lugar y al final resulta que es un nuevo inquilino que más tarde resultará ser una nueva amistad, pero aquello, en el salvaje oeste, ahí los que hacen ésto no son más que forasteros, juereños, extraños, enemigos en potencia. Éste personaje que últimamente a transitado mucho por el tranquilo valle, propiedad de una tribu la cual no había sido aun dominada por el ejercito y se les consideraban salvajes pues, según informes oficiales habían acabado con muchos que hozaban intranquilizar sus tierras y parajes serenos, montañosos y calurosos.
Ellos, quienes se habían percatado del incauto que violaba lo que para ellos eran tierras sagradas, lo vigilaban a kilómetros, escondidos en las montañas, desde allí, escondidos como fantasmas lo único que se les veía eran sus penachos que se extendían de sus cabezas, además se sentía el odio por el individuo o personajes que transitaba por ahí, pero eran cautelosos pues tambien sabían que si hacían algo al respecto, el ejercito llegaría y los exterminaría, como había hecho con otras tribus a algunos kilómetros de por ahí y ellos no estaban dispuestos a ser borrados de la faz terrestre y menos ser expulsados de esas tierras que sus antepasados les heredaron con sudor y sangre. 
Ellos hacía meses que fraguaban en su ciudad, la cual quedaba a cierta distancia de donde ahora vigilantes estaban, un plan maestro para deshacerse de esa molestia que mancillaba sus suelos sagrados, lo hacían planificando muy bien el momento indicado para no dejar huella alguna y mucho menos que lo que sucediera se les culpara a ellos, si prácticamente eran invisibles para las autoridades, precisamente el ejercito que patrullaba todas esas tierras vírgenes en busca de posibles "salvajes" para proteger a quienes se animaran a colonizar dichas tierras. 
Pasado otro tiempo prudente, decidieron por fin, atacar, todo estaba bajo control y los tiempos eran exactos para llegar a su objetivo, hacer lo que debían hacer y no dejar una sola huella de su existencia y seguir después siendo lo que hasta ahora eran, solo una leyenda, una especulación.

Cuando apareció por el horizonte a quien ellos debían abordar y destruir, éste caminaba como lo había hecho ya durante mucho tiempo, relajado y confiado de que su caminata sería como lo había sido hasta el día de hoy, tranquila y relajada, así que avanzó muy despreocupadamente de lo que acontecía a su alrededor; no había caminado más que lo necesario, cuando se percató que de las montañas del éste sobre ella, primero aparecieron los penachos y poco después los rostros pintarrajados y un poco después de cuerpo completo. Ahí estaban, imponentes sobre las montañas, eran miles de nativos que de pronto estaban todos sobre las montañas que para quien estaba a mitad del camino todo el tiempo fueron paisajes tranquilos y ahora eran señal de muerte, todo estaba en silencio, él quien iba solo y quien estaba detenido aterrado de ver a tanto nativo, pues bien se llevó varios minutos recorriendo con su vista para darse cuenta que eran miles de ellos, amenazadores, dispuestos a terminar con él ese día tan soleado, el calor no le ayudaría para nada por el contrario era otro factor que estaría en su contra, seguía ahí decidiendo que hacer por su vida; veía el camino caminado, luego el que le faltaba para llegar al otro extremo y tambien pensó en la cordillera contraría de donde aparecieron aquellos salvajes con extraños penachos en sus cabezas y que hasta ahora permanecían en total silencio, simplemente observándolo. El preludio de la muerte, cazador y trofeo.

_¡Dios mio, son miles! ¿Qué hago? ésto pensaba mientras desidia y se le notaba el susto en su rostro y cuerpo, seguía inmóvil mientras a cientos de metros inmóviles como sombras que sobresalían de las montañas ellos, los depredadores esperando la orden de su lider, en sus miradas el odio y en sus cuerpos las ansias de abordar al enemigo, denotaban una ansiedad salvaje por darle persecución a quien los esperaba aterrado en medio de la nada.
Por fin, el emboscado acomodo su pelaje y respiro profundo y gritó.

_¡Arré! e inició su carrera por la libertad y por su vida tranquila que hasta hoy llevó, mientras corría y huía del lugar en sus ojos se le veía la angustía, el terror, la desdicha de saber lo que pronto se le vendría encima. Cuando los de arriba vieron que él había disidido huir y correr a través del enorme y largo valle, se escuchó un estruendo sonido que salió de las bocas de los salvajes
_¡Eeeeh! ¡uuuuuh! ¡Sobre él! grito el lider y entre polvareda, y piedras sueltas, bajaron de la montaña; los centenares de nativos venían endiablados y gritando para asustar mucho más a quien ahora era su presa, la cual corría despavorido, pero ellos eran veloces y parecían que avanzaban como si cada paso los avanzara unos cuantos metros; esa era la velocidad que llevaban; la mancha negra se veía bajar de las montañas y detrás de ellos la nube de polvo y piedras sueltas, además del escándalo que de sus gargantas salían. 
Mientras el acosado seguía corriendo, se veía agotado y además para su complicación muy asustado, pero él seguía corriendo sin detenerse y aunque por el esfuerzo él ya veía nublado, veía que su salvación estaba a pocos metros pero aún así no le fue suficiente al pobre perro, pues antes de cruzar y entrar a su hogar, lugar a donde sus amos se habían pasado no hace más que un par de semanas y cuya casa quedaba a las orillas de un barranco el cual por muchos días había sido el nido de miles de pulgas quienes por fin habían encontrado un nuevo hogar, ellas, las pulgas entraban en el pelaje del perro, quien en cuestión de segundo se encontró adentro de su hogar rascándose desesperadamente con su cuerpo atascado de pulgas, las cuales se alimentaban desesperadamente y encontraban los lugares más idóneos para sobrevivir a los embates de las uñas de las patas del perro y tambien a los futuros fungicidas que los dueños del perro le echarían para como a sus antepasados erradicarlos; pero ellos habían tomado las mismas precauciones que sus abuelos, en el nido habían dejado miles de huevecillos por si ellos no sobrevivían y con ello prevalecer su especie, mientras ésto sucedía vivirían y se alimentarían del nuevo perro en el corredor de varias cuadras al lado del barranco.


                                          El Fin

No hay comentarios.:

Publicar un comentario