martes, 26 de enero de 2016

Don Junaito y su gallina


Sonó el timbre y mi madre atendió, era Pablo, quien me buscaba, mi madre le indicó que me encontraba en mi cuarto y se dirigió hasta mi cuarto; entró como siempre sin anunciarse y al hacerlo, como cada vez que lo hacía, se asombraba de lo suertúdo que era yo. 
Embelesado, admiraba a las chicas de la Play Boy, que adornaban las paredes de mi pequeño y acogedor cuarto; me saludo dándome la mano pero sin dejar de ver a la Señorita Mayo, y es que era una belleza, y la pose que tenía, no dejaba nada a la imaginación, si que era bella esa venteañera, trigueña de ojazos verdes, aunque no creo que Pablo estuviera como enajenado admirándole sus bellos ojos, más bien, luchaba con una erección, pues así como él entró en mi cuarto, podría entrar mi madre a ofrecerle algo de tomar.
_¿Queres usar mi baño?
Le pregunté con sarcasmo, eso lo trajo de regreso conmigo, no sin antes dejar salir un suspiro, los mismos que muchas veces di yo.
_¿Salimos?
Me preguntó, yo me estiré sobre mi cómoda y acogedora cama, quien me abrazaba cálidamente para que no la abandonará a esas horas de la mañana, a pesar de que, desde la cocina me llegaba el olor del exquisito pollo horneado, especialidad de mi madre, esa era otra condicionante que me impedía abandonar mi sacrosanto templo, mi hogar.
_¿Será? 
Le dije, mientras bostezaba y me estiraba, tal cual, si estuviera en una cama medieval de tortura, en medio de la inquisición, solo que aquel estirón fue satisfactorio, creo que crecí otro tanto.
_¡Hacéte para allá! 
Irrumpió en mi cama y mis piernas hizo por un lado, eso no me gustó para nada y me levanté.
_Esta bien ¡salgamos!
Le dije, pues si no lo hacía, seguro se acostaría a mi lado a observar a la Señorita Abril, mi preferida, quien estaba en el lugar de honor... El techo. 
_¡Vuelvo pronto!, me dejas pollo, ¡que no se lo terminen!
Le grité a mi madre, pero el gritó más pareció una suplica y es que ese pollo que mi madre nos preparaba, era superdeliciosísimo, y no era comido, ¡era devorado!
Ya afuera, el sol estaba algo fuerte, le dije, pensando más que todo en el pollo, que en la hueva de caminar bajo el sol a esa hora, en la que no habría nada, ni nadie que me motivara a caminar muy lejos de mi casa.
_¿A dónde vamos?
_No sé, ¿vos qué propones? 
Si por mi fuera, me quedaría en casa, pero ya que estamos acá, eso pensé, me senté en las gradas de doña Carlota, mi vecina de enfrente; tan solo habíamos atravesado la avenida, y Pablo se sentó a mi lado. No habrían pasado ni quince minutos, cuando apareció, doblando la esquina sur, don Juanito, bien avergonzado (borracho), seguramente doña Chilita lo echó fuera de la casa para que no le vendiera nada, mientras ella se iba a atender su puesto en el mercado.
_¿Qué putas trae don Juanito atado a una pita? 
Preguntó el Pablo, cagándose de la risa, yo volteé y extrañado vi como don Juanito daba tumbos (caminar de un borracho), pues a eso no se le podía llamar caminar y efectivamente, en un extremo de la pita de lazo amarillento, lo que parecía traer atado, no era un perro, era una gallina de color blanquizo, la cual cacaraqueába a cada tumbo de don Juanito.
Don Juanito, a pesar de que era un vecino de escasos recursos y que atendía junto a su esposa, doña Chilita, un puesto en el Mercado Central; a sus hijos los tenía estudiando en buenos colegios y a uno, el mayor, en la Universidad y él, era la educación andando, aunque estuviera completamente etílico, tal era el caso de ahora. 
Mientras don Juanito se enredaba con la pobre gallina, que por ratos se quedaba escarbando en el concreto buscando, según ella, algún gusano, pero lo que ingería eran piedritas; don Juanito le llamaba la atención como todo un caballero a su mascota; el vulgar de Pablo se retorcía en las gradas de la casa de doña Carlota, hasta una cadena de pedos se le escaparon al coche de Pablo, quien ya no aguantaba el dolor de estómago el que se le acalambraba, fue cuando ya no pude más y empecé también a reír, y no por burlarme del cuadro que nos ofrecía nuestro vecino, que ya de por sí, era algo muy cómico, sino, de ver cagarse, literalmente al burlo de Pablo.
Después de media hora de dar tropiezos y de jalar a la gallina, don Juanito pasó frente a nosotros; cómo iría de zocado que ni nos vio, pero el chavacan (Burlesco, bulliciosos ante algo) de Pablo le llamó la atención.
_¿A dónde va con su elegante perro de raza don Juan?
_¿Ah? ¡Hoolaa!, ¡hip! mis amigos, hip, no es un perro jovencito, es una gallina ¡hip! que le robe a la Chila, para ver si la vendo o la cambio por un cuto (Poco de alcohol o guaro); ¡Shhhhh! 
Nos pidió silencio para no ser atrapado en la jugada, ¡la mala jugada!
_¿Cómo dice que se llama su perro?
Empezó el Pablo a chingar a don Juanito, aprovechándose de su estado embriagante.
_¡Qué no es un perro!, ¡hip!, ¡Es una gallina de la Chila!
_¡Ah, que se llama Chila dice!
Dijo el abusivo de Pablo. Don Juanito lo vio con ira en su rostro, pero su educación iba más allá de la borrachera que cargaba, que simplemente lo ignoró, luego me vio y se dirigió a mi, con lagrimas en sus ojos, me agradeció el que hace unos días,  le reparara una radióla.
_¡Ah! si aquí está mi amigo Chusito.
_¡Que tal don Juanito!, debería de regresar a su casa y dejar en el corral a su gallina, pues su esposa se va a enojar con usted.
_Que se enoje, ¡hip!, para que no me dejó dinero para quitarme esta horrible goma (resaca, guayabo, cruda), ¡hip!, me dejó afuera, pero me logré sacara a esta gallina. 
Dijo don Juanito y, se metió de nuevo el Pablo.
_¿Por eso, lleva amarrada a la Chilita?
Algo que me molestó, pero don Juanito siguió ignorándolo, más bien me dijo.
_Chusito, hip, te agradezco el que me repararás a mi radióla, quedó, ¡hip!, calidad, ahora puedo oír a mi Rigo Tovar, ¡hip!, ¡eso merece un trago! Ésto lo decía llorando como niño.
_No tenga pena, para mi fue un gusto servirle don Juanito.
Entonces, de nuevo el Pablo se metió en nuestra platica educada.
_Pero vos Juan, contános: ¿vas a vender a la Chila entonces?
_¡Vos no seas abusivo, ya estuvo bueno!
Le dije al Pablo, pues me pareció que ya se estaba saliendo de la raya y aunque nuestro vecino estaba hasta las cañas (demasiado borracho) de lo zocado (borracho) que se encontraba, no era para ser abusivo con él, un personaje muy educado y mayor en edad que nosotros.
_No estoy siendo abusivo con nuestro amigazo, ¿verdad vos Juan?
_Gracias Chusito, usted si es un joven muy bien educado, me quito el sombrero - y lo hizo -, sus padres deben de estar muy orgullosos de usted, pues es un joven con alta educación, ¡hip!, - ésto lo decía aun con lagrimas en sus ojos y la garganta cortada - Y a la vez, tirándole un manotazo al rostro del Pablo. Agregó: 
_¡En cuanto a usted, mierda!,  ¿qué se puede esperar del hijo de un zapatero? ¡y no digo que su señor padre no merezca mis respetos, pues también es un señor, en todo el sentido de la palabra!, ¡hip!, ¡pero usted: Vago de mierda!; ¡vaya a chingar a su madre! 
Agarró a su gallina y siguió su camino con ella en brazos, mientras caminaba, le iba sacaba la madre al Pablo, quien quedó en las gradas, mudo y sobándose el rostro por abusivo...
_¡Ahí te ves!
Le dije al abusivo de Pablo y a travesé la avenida en busca del dorado pollo que me esperaba en la mesa de mi casa, mi hogar, al cual cuando entré, vi a mi madre y le sonreí, luego la besé, y le dije:
_¡Gracias!
Ella pensó, que ese agradecimiento fue por el pollo dorado y horneado, pero no, mi agradecimiento fue por la educación que ella y mi padre me heredaron, y que cuya herencia, conservo hasta el día de hoy.



Tomado del libro: "Historias de un adolescente tímido 2" de S. Raga









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