jueves, 7 de julio de 2016

La Casa Grande: Lalito y las hormigas


Aquella tarde estaba muy fría, el cielo lleno de nubes grises y mi madre preparando unas galletas y calentando el café de olla; mi madre esperaba a una amiga quien llegaría a visitarnos, creo que a conocer nuestro nuevo hogar y yo, me encontraba en el patio frontal, sentado en el suelo, viendo como el cielo cada vez se oscurecía más y sintiendo como el frío me colocaba la piel erizada. Mi madre salió y al verme ahí sentado helándome, me ordenó que me pusiera una chumpa para protegerme del frío, algo que no dejo de molestarme, pues ¿a qué niño le gusta estar abrigado? Cuando me dirigí al cuarto en busca de mi suéter, sonó el timbre y mi madre recibió a su amiga quien llegó a visitarnos.

_ Hola Blanky, ¿cómo estas? que tarde más horrible ¿verdad?
_ Hola Vicky, sí, seguramente lloverá. 

Diciendo esto mi señora madre, cuando se dejaron escuchar los goterones sobre la lamina a penas ellas entraron en la casa y yo, salía a saludar a la visita. Cuando la tormenta se dejó caer en su totalidad, ahora todo estaba muy oscuro, tan oscuro que hubo necesidad de encender las luces, mientras la tormenta se adueñaba de todo en el barrio, mi madre y su visita tomaban café muy caliente con galletas; -¡mmmm! ¡que delicia! pues yo aproveché tambien y comí de esas deliciosas galletas y mi cuerpo entró en calor con lo caliente del delicioso café de olla. 
La verdad era que el ruido de la lluvia sobre la lamina era tan fuerte que casi no se podía platicar, eso a mi no me importó, cogí un cuaderno de dibujos y me entretuve dibujando en mi amado cuaderno para dibujos, era tan amado por mí, como lo sería un diario para una adolescente. 
Cuando caí en cuenta, la tempestad se había terminado y de nuevo el sol se veía en el cielo, pues las nubes grises que pasaron a negras se descargaron por completo que cambiaron a blancas de nuevo y los aires que llegaron las hicieron huir como si hubiera llegado su depredador, dejando al cielo en todo su esplendor y con un majestuoso sol. Ellas, mi  madre y su amiga ya podían platicar a gusto. 
Entonces abrí la ventana que daba a la pila, una ventana con puertas de madera ya algo viejas, me subí a ella y ahí en el marco me senté a ver los charcos que había dejado la tormenta en mi patio, claro está, que mi mente imaginaba las aventuras más increibles en aquellos charcos que para mi imaginación eran; ríos que desembocaban al lago y a sus alrededores la caballería persiguiendo a los indios, quienes huían a las montañas, los caballos levantaban las aguas de los charcos y atravesaban los ríos y porciones grandes de aguas, detrás de los pieles rojas. En mi mano, un caballito de color blanco y en la otra su jinete; esta de más decir que quien dirigía a los valientes soldados era un jinete que cabalgaba a un bello ejemplar de color blanco; efectivamente, se trataba del Coronel Lalito. 
Al llegar los indios a la montaña, estos se apostaron en ella y empezó la balacera, nosotros desmontamos y tambien nos apostamos en unas rocas y disparábamos a los indios. Mientras la batalla era sin cuartel, en mis ropas, deliciosas migas de las galletas permanecían aun en ella, eso no era nada bueno, era algo muy grave, pero al valiente Coronel eso lo tenía sin cuidado pues había que matar a los malvados pieles rojas. 
De pronto un indio me acertó un balazo, el cual me ardió mucho, pero el valiente Coronel Lalito seguía disparando aun con ese ardor a los indios, seguramente me acertaron otros balazos, pues el ardor ya lo empecé a sentir en otras partes de mi cuerpo. 
Cuando el Coronel se dio cuenta, estaba gravemente herido en múltiples lugares de su fornido y perfecto cuerpo de militar de mil batallas, entonces el valiente Coronel Lalito, gritó desesperadamente al sentir todo aquel dolor en su cuerpo.

_ ¡Mamá me duele mucho!, ¡me arde...!

La primera en llegar hacia la ventana a rescatar a Lalito fue la señora Vicky, mientras que mi madre gritaba.

_ ¿Qué te pasa hijo, por qué gritas así?
_ ¡Mire Blanky! ¡está lleno de hormigas! 

Me sacaron del marco de la ventana y mi cuerpo era banquete de miles de hormigas, las cuales seguro llegaron hasta mí por las migas de las deliciosas galletas y como es costumbre, ellas, las hormigas, siempre salen a la superficie después de una tormenta en busca de hojas y cualquier tipo de alimento, pero esta vez, se hallaron con la mejor de todas, las migajas de galletas y decidieron que mi cuerpo era del mismo manjar.

_ ¡Dios mio hijito! 

Dijo mi desesperada madre, mientras me desvestían, doña Vicky le dio a mi madre la mejor de las ideas para este momento tan desafortunado y poco probable.

_ ¡Blanky! ¡prepare el baño! yo sigo desvistiendo a Lalito y luego lo llevo para que lo bañemos, asi se ahogaran las condenadas hormigas, pues no terminaremos si solo lo sacudimos. 

Mi madre corrió al baño y preparó un recipiente, al cual lo llenó de agua, mientras Vicky conducía entre sus brazos al soldado caído y a ella ya se le habían subido algunas tambien. Al llegar al baño, me metieron en él y todo volvió a la calma, claro, menos el ardor que aun se mantuvo remanente y algunas ronchas en mi cuerpo que aparecieron. 
Despues de que el recipiente se convirtió en la fosa común para miles de hormigas ahogadas por su atrevimiento; mi madre me condujo hasta el cuarto en donde me embadurno con algo que calmo mi dolor, el ardor. 
Me colocó la pijama y ellas se sentaron a la orilla de mi cama y siguieron charlando, mientras que yo quedé profundamente dormido hasta el día siguiente; que al despertar por la mañana me encontré con la bella sonrisa de mi madre.

_ ¿Cómo amaneciste hijito? 
_ Bien mami, ¡tuve una horrible pesadilla! 
_ ¿Sí? Dijo mi madre, mientras revisaba mi cuerpo.
_ ¡Sí mami! ¡miles de hormigas se subían a mi cuerpo y me picaban todo!
_ ¿Ah sí? ¿pero seguramente fuiste muy valiente y no lloraste? 
_ ¡Lloré un poquito, pero si aguanté mami!
_ ¡Mira lo que te tengo de desayuno!
_ ¡Azucaritas de Kellog´s! 
_ Si mi amor, desayuna y sigue contándome tu sueño. Dijo amorosamente mi madre, sin darme por aludido.
Yo disfrute de aquel desayuno que rara vez desayunaba; solo en ocasiones especiales y aquel, era un día especial, uno muy especial.

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