miércoles, 26 de octubre de 2016

MICULAX


Era casi media noche cuando Arnulfo se dirigía para su casa, se encaminó esa noche por la trece calle con rumbo hacia la zona cinco. Mientras caminaba por aquellas tranquilas noches del país de la Eterna Primavera, la única compañía que él llevaba, era una bella y enorme luna de octubre. Con las manos entre los bolsillos y con paso lento, él caminaba, luego de una reunión con unos amigos los cuales, aun se quedaron en casa de quien los invitó. 
Pero que la noche estuviera así, casi desértica, era algo inusual y eso lo inquietaba, pues en otras oportunidades se encontraba más de algún bar o tienda abierta, o más de algún transeúnte en las calles, pues aun no eran las doce de la noche exactas. 
De pronto, Arnulfo notó que la luz plateada de la luna empezaba a debilitarse, levantó la cabeza para ver por qué la bella luna llena lo abandonaba y en el cielo despejado vio que una negrura se interponía entre ella y él, la negrura era debido a que en esta temporada las temperaturas caen, y Arnulfo sintió que sus huesos se helaron, un tanto por el frío y otro por qué su corazón presentía que algo estaba por suceder, pero ¿qué era? Al encontrarse con la oscuridad de aquella noche fría, apresuro su paso y siguió su camino con rumbo a su casa, a la cual deseaba llegar lo más pronto posible, pues, el flato que sentía cada vez era mayor. 
De pronto en la lejanía, una no tan distante, escuchó cuando dieron las doce, eso lo asustó más, algo que nunca antes le sucedió, pero eran los chismes, las noticias que llegan de boca en boca las que lo tenían así, pues para un joven de veinte años lo que había escuchado no era para menos. Siguió con paso preciso, y cuando Arnulfo llegó a la avenida de la Linea del Ferrocarril, se detuvo por unos segundos y como si se tratará de piloto en auto propio: se detuvo, vio y escuchó; no si venía un tren, pues en la soledad y el silencio de aquel 19 de octubre no era posible no sentir el temblor de la tierra causado por una locomotora y mucho menos el sonido de esta. Entonces avanzó y cuando estuvo frente a los durmientes metálicos de la línea férrea del tren; Arnulfo colocó su pie derecho sobre este, eso fue como si Arnulfo hubiera pisado una mina militar, pues para cuando él pisó el durmiente, este tembló y tambien se escuchó lejos de ahí, justo en las cercanías del Palacio de Gobierno los bombazos de los tanques que se encaminaban a cumplir las órdenes de los militares, que junto a estudiantes universitarios de la gloriosa y tricentenaria Universidad de San Carlos, empresarios, trabajadores y el pueblo de los que habitaban en el país de la Eterna Primavera. Había iniciado la Revolución Guatemalteca para derrocar al gobierno en turno, el que había quedado provisionalmente luego de la renuncia del general: Jorge Ubico, un 1 de Julio de 1944. 
Arnulfo sintió como si se encontraba en una de las trincheras de la Segunda Guerra Mundial, la cual se llevaba a cabo al otro lado del planeta, en el centro del viejo mundo, bajo las ordenes de un loco de nombre: Hitler. 
Arnulfo corrió hasta su hogar, esta vez las pasibles calles de la ciudad ya no estaban vacías, Arnulfo corría en sentido contrario a la que la población llevaba con dirección al centro de la ciudad; Arnulfo deseaba llegar lo más pronto posible a su hogar. En los rostros de los que a su camino halló; vio odio, valentía, orgullo y en las manos de la muchedumbre, cualquier cosa que pudiera causar bajas al ejercito fiel al gobierno en turno, el cual estaba a punto de caer. 
Ya era: El 20 de Octubre de 1944, fecha que se celebra desde ese día; como: Revolución de Octubre o simplemente como el 20 de Octubre. 
Mientras Arnulfo seguía con paso firme pero asustado y en ningún momento con la idea de unirse a los que luchaban por acabar con la tiranía militar y de una mala administración. En la distancia se escuchaban las detonaciones de los fusiles y el bullicio de quienes llegaban al Palacio o a las mediaciones del mismo; cómo, fieles Pieles Rojas que para crear miedo y zozobra armaban tremenda bulla. 
Cuando por fin Arnulfo llegó a su casa, la cual quedaba en la zona cinco, lugar que Miculax tomaría como uno de sus escenario para sus horribles hechos que marcaron a toda una nación, los que ahora conocemos su historia, no la hubiéramos querido nunca vivirla. 
Arnulfo trató de quitarle llave a la puerta de su casa, la casa de la Familia Ruiz, pero esta no se habría, entonces comprendió que seguramente sus padres la habían asegurado por dentro, debido a los acontecimientos de esa madrugada; que decidió somatar con todas sus fuerzas la puerta y gritó.

- ¡Abran, soy yo, Arnulfo! ¡Madre abre por favor!

La madre de Arnulfo al escucharlo, apresurada abrió la puerta y del cuello tomó a su hijo y lo empujó para adentro de la casa y con gran pericia cerró la puerta y la trancó de nuevo.

- Hijo ¿estas bien?, nos tenías con el Jesús en la boca.
- Si madre, estoy bien, pero afuera, ¡eso es horrible! 

Dijo Arnulfo con la voz cortada y con el pecho agitado por el susto.

- Pues claro, no escuchas los bombazos y los balazos en el parque central; eso debe estar horrible.
- Vieja, encendé la radio y sintoniza la TGW, ahí deben de estar diciendo algo de esto...



Continuará...

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