sábado, 3 de diciembre de 2016

She´s got it


De niño nunca comprendí al oír a mi papá decir a sus amigos. __¡Miren esa chica lo tiene! 
Más adelante, unos años después, siendo un inocente niño aun, de boca de mis hermanos adolescentes lo escuché de nuevo; ellos dijeron. __¡Miren esa chica lo tiene! 
Yo les veía su rostro y en sus ojos una expresión que tampoco entendí, era como si de ellos saliera fuego, yo veía a la señorita caminar y nada, me preguntaba. -¿Qué es lo que ella tiene? Pasaron los años y un día al novio de mi hermana lo escuché tambien decirlo; mientras ella pidió permiso y al baño fue. Mi cuñado esto me dijo: __¡Mira cuñadito, esa chica lo tiene! 
de sus ojos vi aquel misterioso fuego, de nuevo me asusté y a la señorita la vi y una vez más, en las mismas me quedé. 
Otra vez, fui a la tienda con mi madre y en la esquina un grupo de chavos fumando y haciéndose bromas entre ellos, de nuevo y casi gritando a los chicos les escuche gritar. 
__¡Esa chica lo tiene! Y de sus ojos, todos escupieron fuego. Mientras que la chica sonriendo se alejaba. Mi madre apresurada mis oídos con sus delicadas manos las tapo. Yo le dije.
__¿Madre por qué me tapas los oídos?, ella me respondió. 
__Nada hijito, esos vulgares de la esquina. 
Me dije a mis adentros, entonces mi padre, mis hermanos y mi cuñado son unos vulgares, pero a mi madre por pena no dije nada. 
Cuando al lunes siguiente llegue a mi escuela, al entrar escuché a mi profesor decirle al director. __¡Mire señor director, esa alumna lo tiene! 
Al escuchar la frase de inmediato me voltee y a sus ojos los vi; de ellos, el mismo fuego de todos los anteriores. A mi compañerito le dije. -¿Escuchaste lo que dijo el profesor? _¡No! Me respondió. 
__¿Qué dijo? Me preguntó yo recatado le dije. -¡Olvídalo, nada! Pero en mi mente pensé. 
__Ah maestros más vulgares. Aunque no entendía porque eran vulgares, según mi santa madre. Con el paso del tiempo seguí escuchando aquella  frase y esos ojos de los que lo decían, llenos de un extraño fuego. Lo escuche del carnicero, del chofer de autobuses, del lustrador, del repartidor de periódicos y del lechero; hasta lo escuche de un señor que era un diputado, un amigo de mi padre.    ¡Vaya bola de vulgares!

Con todos aquellos recuerdos al fin crecí y en un joven me convertí. Una tarde sexteando en la zona uno de mi ciudad, recuerdo que la minifalda había llegado para quedarse y las señoritas querían a todos enseñar sus bellas piernas y que algunas no se medían y las faldas les llegaban hasta la punta del calzón. Era mi primera vez en aquel particular y concurrido lugar, al caminar, veía que de los ojos de todos los varones que al igual que yo sexteaban esa tarde, a sus ojos los tenían bien colorados y de ellos un fuego raro emanaban. 
Como quien no sabe e ignorando esas miradas que desde niño ya las había visto, no me preocupé y a una esquina  llegué, esperando a que el semáforo me diera verde para cruzar la calle, cuando vi que en la otra bocacalle una belleza con una minifalda que no dejaba nada a la imaginación. 
Por fin, el semáforo cambio a rojo y al igual que de los ojos de los conductores que se negaban a circular hasta que la chica hermosa que avanzaba frente a mí no cruzara la calle nadie se su auto movió, cuando a mi lado ella pasó, a mi olfato le llegó un olor que antes nunca sentí; creo serían las feromonas femeninas, mis sentidos de adulto se empezaban a sensibilizar y agudizar, aunque me obligué y me negué a voltear; evitarlo no pude y a media calle, cuando a mi lado ella pasó, no pude evitar, pues una enorme fuerza como si fuera un enorme imán en mí sentí y tuve que voltear y al hacerlo, de mi boca escuché salir una frase que me dejó paralizado; lo que dije al ver el bello trasero de la espigada y atrevida señorita, fue.

__¡Wao! ¡Esa chica lo tiene!

Me asusté y me apresuré a retornar a la bocacalle que acababa de abandonar y como idiota detrás de la chica que lo tenía me dirigía y al pasar por una vitrina mi reflejo vi y lo que reflejado vi; fueron unos ojos que echaban fuego, yo sentí una corriente que circuló por todo mi cuerpo. 
Y, hasta ese día comprendí la frase, y no me quedó de otra, más que sonreír.





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