miércoles, 19 de abril de 2017

Tarde lluviosa


Escuchando la lluvia sobre mi tejado
repetí su nombre sin querer
me sentí alejado y acongojado,
por no permitirme a esa mujer querer,
por haberle de mi lado alejado
sin haber escuchado, a esa mujer.

La lluvia seguía con su nostálgica canción;
esto agobiaba a mi corazón.
Los recuerdos me hicieron retroceder,
la nostalgia en mi corazón vi crecer,
pudo ser que esa mujer
me entregara todo su querer
y yo la alejé de mi lado, tal vez sin querer.
Se marchó, cómo las notas de una vieja canción.

Lo que fue una simple lluvia, 
en tormenta se convirtió y eso me invadió, 
a mi corazón atormentó.
Llegaron de golpe a mi mente 
mil preguntas sin respuesta alguna.
La recordé, me sonrojé, lo disimulé 
a pesar de que estaba solo, 
pero me avergoncé.

Tuve al amor de una mujer 
aquí a mi lado y la deje alejarse 
sin la oportunidad de entregar su amor o su querer. 
Fue cosa de cobardes, 
hoy esa tempestad es mi vida, sin ella,
sin su amor, sin su querer.

A mi ventana la azotaba la inclemente lluvia 
y el viento le acompañaba, ambos enojados, 
encolerizados se escuchaban; 
con mucha rabia, golpear a mi ventana, 
cómo queriendo conmigo acabar. 

Yo me asusté y la aseguré, 
al acercarme a ella, la ventana,
creo que era ella, la mujer, la que vi
que con paraguas en mano se asomaba,
a mis ojos los limpié, 
pues en ellos había otra tormenta, una salada,
que me recorría por el rostro, 
sentí su sabor salado cuando llegó a mi boca,
una que se negó a beber de las mieles 
del amor de aquella mujer.

Al limpiar el agua torrencial con sabor a sal 
que me impedía ver a la mujer del paraguas, 
ella ya no estaba allí, ya no estaba seguro. 
¿Fue mi cabeza que me atormentó por un instante?
Pero no fue así, al regresar se encontraba en mi sala,
con sus ropas secas, sin agua alguna, 
pero en sus ojos, otra tormenta, salada como la mía.

Yo al verla frente a mí, me asusté, 
pero ella me sonrió, cómo diciendo;
no temas, no te asustes, pero eso no fue posible 
y al suelo sin aliento me desplomé.

Cuando me desperté, creí: Un mal sueño, 
una pesadilla, pero no era así, ella seguía ahí, 
en sus ojos la tormenta con centellas y relámpagos, 
y en sus labios la misma sonrisa, 
una que me daba paz, me tranquilizaba, 
ella se me acercó y me susurró... 
¡Te amo!

Yo, no dije nada, solo imaginaba 
que me daban otra oportunidad de ser feliz,
me puse de pie, mis piernas me temblaban, 
no sé si de frío o de miedo.

Caminé y titubé, hasta que a ella llegué, 
mis brazos extendí, la quise abrazar, 
entregarme a su querer
pero mis brazos solo sintieron un frío glaciar, 
siguieron de largo, como abrazando a la nada,
ella frente a mí, con aquella sonrisa y en sus ojos,
la tormenta seguía brotando, de sus ojos grises, 
los que fueron tan azules, 
cómo un cielo de verano o primavera.

Aquella tarde torrencial, apaciguaba afuera
más no adentro de mi hogar, en él,
ella y yo teníamos la tormenta más fuerte 
que corazón nunca tuvo jamás.

Ella me habló, pero nada escuché, 
sin embargo le entendí, ella sonreía, 
yo lo intentaba, pero un nudo en la garganta
me lo impedía y otro en el corazón, 
cómo la soga para el patíbulo,
esperando al condenado, 
nada pude hacer, solamente le supliqué un perdón, 
ella asintió y me consoló.

Ahora sé, que aquella mujer 
a la que no deje querer
si que me amó, pero la perdí, 
y esta vez fue para siempre. 

Ella siguió para ahí, frente a mí...





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