miércoles, 17 de mayo de 2017

Volvamos a casa (las canciones de mi vida)


_¿Y dice qué lleva días encerrado en su cuarto?
_Así es, por eso le llamé. Que bueno que me dejó su número la última vez que vino por acá.
_¿Qué pudo pasarle para que no salga de su cuarto?
_Eso no lo sé, lo que sé, es que salía un tiempo con alguien, pero un día ya no vino más.
_Agradezco mucho el que me avisara, trataré de ayudarle, trataré de que vuelva a casa.
_No hay porque dar las gracias, es un chico muy educado, pero creo que muy joven para que viva solo.
_Lo sé, pero ya sabe, las modas importadas, crecen y quieren independizarse para hacer sus locuras.

Padre y conserje, hablan mientras ascendían por las gradas hasta un cuarto piso, el ascensor no estaba en servicio desde hace siempre. El padre del chico se notaba que iba muy preocupado por su hijo; el conserje, quien en realidad era el dueño del edificio de apartamentos, tambien caminaba al lado del señor con la tristeza en su rostro. 
Despues de un cansado ascenso, llegaron al cuarto nivel, aparecieron al final de un largo pasillo.

_¿Quiere que lo acompañe? -Preguntó el conserje-, a un preocupado padre, quien en su cabeza se imaginaba quien sabe qué, cosas graves seguramente: si lo encontraría con bien o sin vida, mil pensamientos se cruzaron por su mente, ninguna era buena. 
Cuando estuvo frente a la puerta del apartamento de su hijo, quedó por unos segundos privado, sumergido en sus interior, a él llegaron mil imágenes de cuando su hijo era un niño aún. Sus juegos de pelota, sus abrazos al llegar del trabajo, de cuando se disfrazó de superhéroe para complacerlo, de sus visitas al zoológico, de sus actos del colegio. 
Al fondo del pasillo aun permanecía por la baranda de las escaleras, otro señor preocupado por su inquilino, pero que respetaba el momento entre padre e hijo. 
El padre llamó a la puerta, pero solo el silencio le respondió, esto le aceleró el corazón, un nudo en su estómago que le estrujó hasta la garganta; de nuevo tocó, y de nuevo el silencio fue quien respondió, con la cabeza recostada sobre la rústica puerta de madera y lágrimas en sus ojos cansados.

_¿Si gusta, tengo la llave maestra?

El señor no dijo nada, pero asintió con la cabeza, el conserje procedió a extraer la lleve maestra de su bolsillo y con la mano temblorosa la introdujo en el cerrojo, el sonido de la llave mientras esta quitaba el cerrojo se escuchó y resonó a lo largo del corredor; ambos se vieron el rostro cuando hubo que girar la perilla, la puerta ya estaba liberada, esta ya no tenía llave. 
El padre giró lentamente la perilla, las bisagras rechinaron por falta de lubricante mientras esta se abría; cuando la puerta se abrió, de adentro salió un mal olor, como si se tratara de fantasmas que salen al acecho de quien irrumpe en lugar sagrado, con su hedor se fueron levitando por todo el corredor. Ambos taparon sus narices. El padre entró, el otro se quedó justo en el umbral de la puerta a la espera de lo peor, una vez el señor adentro de la habitación, el conserje la cerró, pero ahí cerca se quedó. 
El padre entró, el cuarto estaba a oscuras, dio un par de pasos y con mucha pena dijo.

_Hijo, ¿estas aquí? Voy a entrar...

El señor caminó entre escombros de comida, de ropa, de un enorme desorden, se abrió camino cual tal, manifestación de cochambres.
Al estar frente a su hijo, este no se movió, lo ignoró, el padre tomó un respiro, vio a su alrededor, caminó un poco más y...

_Anda ya. Volvamos a casa. Ya esta bien, no puedes seguir aquí. Abre esa ventana que esto huele mal, ropa por el suelo, nada en su lugar. Y ese cenicero, lleno por completo, te vas a matar. 
Anda ya, volvamos a casa. Mírate, que aspecto tienes así, pareces ya viejo en plena juventud, descuidado el pelo, no pareces tú. Pálido ojeroso, demacrado el rostro, triste tu mirar. 
Volvamos a casa, basta de locuras. Tu cuerpo esta enfermo, necesita ayuda. Allí te queremos, no lo pienses más. 
Volvamos a casa. Basta de locuras, volvamos a casa, yo sé que es el mundo, que no es culpa tuya. Yo se que es dificil, volver a empezar.

El chico no dijo nada, siguió ahí tumbado, sobre chamarras sucias, vio a su padre con sus ojos llenos de lágrimas. El padre llegó hasta donde se encontraba su hijo, lo tomó entre sus brazos y lo abrazó, lo hizo con mucho amor. Ambos se fundieron y así estuvieron un buen rato abrazados y llorando, sin decir nada, solo sentían a sus corazones palpitar. 
Despues de ese momento tan peculiar y particular, abrazados salieron de aquel lugar. 
El conserje los vio pasar a su lado, él le colocó su mano sobre la espalda del muchacho; como diciéndole; ánimo patojo, regresa a casa con tu padre y tu familia, ellos te aman, acá dejas a un buen amigo para cuando quieras regresar. 

Ambos, padre e hijo, caminaron abrazados por aquel largo pasillo, hasta que llegaron a la escalera y procedieron a descender, mientras que el conserje con sus ojos humedecidos procedió a colocar el cerrojo con llave, luego tambien se alejó. Les dio alcance en la entrada, donde ellos lo esperaban.

_La cuenta la pago yo. -Dijo el padre-. El viejo y dueño del lugar, le dijo que estaba bien con una mueca. 
Luego el padre del chico le dijo.

_Gracias, muchas gracias.

Y se retiraron... ¡Volvieron a casa!



Inspirado en la canción del mismo nombre, por Manuel Alejandro y Ana Magdalena.
"Volvamos a Casa", Historia de: M. Alejandro, A. Magdalena y S. Raga.








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