jueves, 20 de julio de 2017

Europa


La conocí en Europa, fue lo mejor que me sucedió, ella se encontraba sentada en una de esas cafeterías debajo de una enorme sombrilla de color blanco, leía un libro, mientras ansioso le esperaba ser sorbido un humeante café, yo viajaba en un taxi, pero el trafico era denso que este avanzaba a vuelta de rueda, le pregunté si podía bajar, él me dijo que no, que era prohibido que debía esperar hasta que se hiciera a una acera, pero yo no quería perder la ocasión y le dejé un billete que lo deslumbró y ni cuenta se dio que de su auto me bajé, me escabullí entre los autos en movimiento, nada me importó, hasta que llegué a la acera, al llegar, busqué pues por un rato me desubiqué y de nuevo con su imagen me encontré, lucía tan bien, con un vestido blanco, flojo, muy flojo, pero eso no le disimulaba su femenina belleza, ella seguía concentrada leyendo quien sabe a quien, como quien no quiere nada me fui acercando, ella seguía anonadada sin ver a su lado nada ni a nadie, eso me fascinó en ella, su concentración, su dedicación, su entusiasmo, pues reía con ella mientras leía, estaba tan metida en aquella novela que nunca se dio cuenta de que era observada, me acerqué a una distancia prudencial, para no entrar en sospechas, busqué una mesa que me diera la mejor vista hacía mi paraíso metida entre tela de color blanco, el mesero me dijo.

_¿Aquí está bien? 
Él sabia bien porque estaba yo allí, me hizo la observación de que ella llevaba horas ahí sumergida en su lectura, disfrutando de su novela y que todas las tardes llegaba con una nueva, me dijo también, que no se iría hasta no terminar de leer y agregó.
_A penas va por la mitad.
También dijo.
 _¿Quiere un consejo?, no se atreva a interrumpir, pues perderá toda oportunidad. 
Yo le agradecí por tanta información colocando un billete de gran denominación en su bolsillo del uniforme, él me lo agradeció y se retiró. Yo seguía ahí, en mi viaje por Europa, pero sin deseos de observar lo bello del viejo continente, ya que por lo que viajé, lo tenía frente a mí, así que rompí mi guía de turistas, pues par mí, el viaje llegó a su final y en ese momento iniciaba uno nuevo, una nueva aventura, una nueva existencia, algo que me diera lo que tanto necesitaba, pues mi vida hasta ahora había sido para todo el mundo, menos para mí. 
Yo hacía soñar a miles, pero yo jamás había tenido un sueño tan lindo y placentero como el que hoy soñaba y lo mejor, era que ese sueño era despierto y deseaba con todas las fuerzas de mi alma no despertar jamás, que aquello, si era posible fuera un interminable dejavú, así que permanecí allí; café, tras café, pedazos de pastel, pero ninguno fue tan dulce como la imagen que me tenía como esclavo esperando por su ama, o por quien amar. El tiempo transcurría, los sonidos de la urbe me acosaban, pero para mí nada existía, a mi lado se sentarían hermosas mujeres, atractivas y atrevidas pero para mí nada existía, lo único que para mí era importante y sentía que merecía, era esa linda mujer que seguía compenetrada con esa interminable novela. 
Ella reía, ella se sonrojaba, ella se acongojaba, ella casi lloraba, ella se emocionaba, en ella, todas las emociones en un solo empaque, el más lindo y sin moña, era el regalo que yo esperaba por toda la vida de mi vida, eso tan esperado estaba a unos pocos metros de mí. 

Yo, que tantas veces inventé romances, historias de amor, emociones, versos, me encontraba allí, viviendo mi propia historia de amor, sintiendo mis emociones a flor de piel, escuchando mis versos resonando en mis cienes, todo eso y más, simplemente y sencillamente, observando a la chica Europea, o quien sabe y de pronto ella también era otra turista al igual que yo, pero eso para nada que me importaba, lo importante se encontraba frente a una tasa de café burlada como muchas más otros días, las cuales murieron de frío inclemente, burladas por un centenar de paginas que le robaban la vida en vida, pero que a la vez la transportaban a un lugar mágico que solo se puede vivir entre esas y otras páginas y que no son más que vidas robadas por un escritor y plasmadas en un papel, lugar en donde ella ahora se encontraba, intentando vivir una vida ajena, por simplemente llevar en su corazón un romanticismo extinto. 

Yo embelesado, observándola, escuchando la mejor música imaginada por esta mente que Dios me obsequió, pero que tanta inspiración solo eran papeles robados por un viento inclemente con destino hacia el olvido, pues si esto fuera en otra ocasión, ya estaría inventando una nueva vida imaginaria, una nueva historia de amor imaginaria, pero para mí, nada era importante más que observar a la chica que aun seguía sumergida entre imágenes que la llegaban por medio de letras que alguien había escrito y que para ella, eran lo mejor que le pudo haber sucedido, pero que aún no sucedía, por lo que seguiría viviendo su vida a través de aquellas páginas con un particular olor, y de color amarillento o blanco por estar recién editadas. 

Cuando ella reía, yo también lo hacía, cuando ella sufría también yo, cuando sollozaba, mis ojos se aguaban, las emociones que ella vivía mi cuerpo las sufría y eso me erizaba la piel. 
Se acercó a mí el mesonero, solo para chismorrear. 

_Ya está por terminar. 
Eso me susurró al oído y al hacerlo mi corazón se descontroló, pues el momento cero estaba cerca, muy cerca, estaba por llegar, estaba tan cerca y a la vez tan lejos, pues seguramente al terminar de leer su novela, ella desaparecería y eso me atormentó, pues tal vez no la volvería a ver jamás, le dije al amigo mesonero.

_Consígame un whisky doble por favor, pero rápido. 
Mi amigo se apresuró, yo me dije; pero jamás he bebido, pero sentía que lo necesitaba, pues si no me calmaba mi corazón se detendría en cualquier momento, él llegó muy apresurado, se encaminó como corredor de maratón entre las mesas para llegar lo más pronto posible hasta mí, a saber que cara me vio, sabía que lo necesitaba. 

_Aquí está señor. 
Lo tomé como si fuera indigente, que ni sentí que sabor tenía, solo sentí en mi cuerpo un tremendo calor, un calor que me tranquilizó, como si se tratara de un diazepam en mis venas. _¿Se siente más tranquilo?
_Si amigo, gracias, tenga.
_No es necesario, todo sea por las emociones que está sintiendo, es cortesía de la casa. Creo que terminó, pues siempre que lo hace mira al cielo, cómo si hiciera una oración. me dijo el mesonero y me dejo solo, para que ordenara mis ideas. Efectivamente, se veía hermosa, majestuosa, bella, esa imagen se quemó en mis retinas para la posteridad, ella con el libro en su pecho, libro que escuchaba a su agitado corazón latiendo y suspirando y quien estaba lleno de ilusiones recibidas por la lectura, yo no sabía que haría, una vez ella decidiera irse. 

Levantó la mano, sin darse cuenta de que el mesonero ya estaba al lado de ella, pues conocía mejor que nadie cada movimiento de la chica, al ella darse cuenta de que estaba ahí, le pagó por el café que jamás bebió, el que murió de frío y desilusionado por no estar entre los labios de tan linda mujer. Ella lentamente hizo todo una vez pagó, se acomodó el vestido blanco, se limpio sus labios como si hubiera bebido algo, la verdad que según ella tal vez lo hizo, dobló la servilleta, en la cual quedaba un beso que yo deseaba, con un carmín rojo como la pasión que despertó en mí desde que la vi, tomó con mucho cariño su libro, lo apretó contra su pecho, respiró y se escuchó como un suspiro se le escapó de su desgarrado pecho, todo esto lo hizo viendo al cielo, se puso de pie, yo en ese instante me paralicé, no me podía mover, todo se nubló.

La mujer por la que tantas historias había escrito estaba a punto de irse, la mujer por la que siempre suspiré mientras inventé cada verso, estaba a punto de pasar por mi lado y desaparecer de mi vida y yo sin poder hacer absolutamente nada, pues de mi cuerpo nada me respondía, estaba catatónico, solo mis ojos se movían y mi cerebro me hablaba lo más lindo que jamás pude imaginar, versos e ideas que me pudieron hacer ganar los más distinguidos premios literarios, pero nada. Ella caminó hacia donde yo estaba como una de las tantas figuras de concreto que adornan a la vieja Europa, ella caminó lentamente. como tratando de asimilar lo que estuvo leyendo por horas, cada paso que daba la acercaba a mí, y también la alejaba de mí, el tiempo para mí pasaba tan veloz, pero a la vez tan lento, pues, aún seguía sin poder moverme, sin poder hablar, eso era como que yo estuviera en cámara lenta y ella en velocidad normal, que para el caso, sería una alta velocidad, cada paso que ella daba, su figura y su rostro se hacían más claros e inalcanzables para mí, vaya si era hermosa esa mujer. 

En eso me llegó una idea, una mala y grave idea, y sí ella era una mujer felizmente casada, entonces me concentré en ver sus manos, pero solo pude ver una, pues entre ellas presionaba la novela contra su pecho y por ello no podía ver a la otra mano, el tiempo avanzó y ella a mí lado pasó, el mesonero quien me veía desde lejos quedó sin palabras, al ver que yo no moví ni un misero músculo para llamar su atención, a mí llegó su delicioso aroma, un perfume delicioso que jamás antes olí en nadie, ella al pasar a mi lado, una ventisca leve y romántica le alborotó la cabellera impidiéndole verme, pero se detuvo para sostener a la inquieta y floja prenda de color blanco, un color que le hacía deslumbrar como si fuera un ser celestial, su piel morena, trigueña o una mezcla, era perfecta, y yo seguía solo observando, mientras ella frente a mí se acomodaba todo en su lugar, aquella ventisca fue enviada por el mismo cielo, como castigo o bendición por tanto hacer soñar a mucha gente por el mundo con lo que escribía, algo que ahora me sucedía pero en carne viva, en la vida misma, ella, una vez solucionado todo; su cabellera, su vestimenta, todo lo que la ventisca desordenó, creo que de reojo me vio, pero siguió, avanzó, caminó lentamente como quien olvida algo, pero no recuerda que es, luego se detuvo, también lo hizo mi corazón, creo que el del mesonero también, estuvo detenida por unos largos segundos, creo que todo a mí alrededor se detuvo, el dejavú estaba dando resultado, ahora ella aparecería de nuevo en la mesa de enfrente leyendo y yo, estaría en el taxi, pero no, ese lapso de tiempo perdido o ganado pasó, ella se volteó y regresó hasta donde la ventisca suave y romántica la detuvo, el mesonero se emocionó tanto que se tomó de un sorbo del mejor de los whiskys, ella lentamente con asombro en su rostro regresó hasta mi mesa, se detuvo frente a mí, yo sentí que los cielos se abrían para mí, pero no podía aún hacer nada, pues qué hacía esa linda chica frente a mí.

Me observó tímidamente, como aquella persona que no quiere molestar pero tiene la necesidad de hacerlo, todo sucedía tan despacio, ella separó su libro del pecho y observó la contra tapa y una vez lo hizo de nuevo, me observó y entonces escuché su linda voz, tal cual la imaginé, música celestial para mis oídos, esto. dijo.

_Perdón por el atrevimiento pero, que pena, me haría el honor de autografiar mi libro. ¿Este es usted verdad?

Me mostró la fotografía del libro y efectivamente, era uno de mis libros, el que le había causado tantas emociones. Por fin pude reaccionar y le digo.

_Me temo que si soy yo señorita. Y nada me daría más placer que dedicarle este libro, claro, si me lo permite. 
_¡Ah! perdón, si por supuesto, tomé. Si fuera tan amable, dedíquelo a Marisol.

Tomé mi pluma del bolsillo, mi mano temblaba, le recibí el libro, lo coloqué sobre la mesa y cuando procedí a dedicárselo, me detuve y la veo directamente a los ojos y le digo.

_Lo dedicaré con una sola condición Marisol.
_¿Cuál? Dijo algo apesadumbrada.
_Si me hace el favor de tomarse el café que jamás bebió.
_Ah, eso, claro, con mucho gusto.
_Siéntese. 
Dije y mi amigo el mesonero estaba presto para retirar la silla y recibir la orden de llevar dos cafés. Entonces procedí a dedicarle mi libro.

Para la mujer más bella, sensacional y emotiva que nunca imaginé conocería en esta vida y menos en un café, en el corazón de la vieja Europa. Con todo mi amor para ti, Marisol.

Y firmé... Sergio Raga.

Ahí quedamos prendidos, riendo y conociéndonos por el resto de la tarde, hasta que nos llegó la noche, bebimos varios cafés y mermelada, pasteles y chocolate, pero lo mejor, lo más dulce fue nuestra próxima cita mañana, aquí en el mismo lugar, ella escuchará de mis labios el siguiente libro, uno que aun no escribo y que llevará por nombre: Europa.


                                 El Fin




Con dedicatoria especial para las fans que aun no tengo y que espero en Dios, un día llegar a tener. Para todas ellas, y para mi Marisol, es esta historia.




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