lunes, 28 de agosto de 2017

Entre desconocidos te veas. Luis y los Huevones



Luis salía de su casa a diario con rumbo a su trabajo, caminaba unos veinticinco metros para llegar al lugar en donde guardaba su auto, esto porque cuando compró la casa él no tenía auto y pensó que no lo necesitaría, más el espacio si lo necesitaba y construyó, por eso ahora que tenía carro pagaba para poder resguardarlo de los robacarros en casa de un vecino, el cual tenía parqueo pero no carro (esas cosas de la vida). 

Cuando Luis llegaba a la  casa de su vecino, siempre veía de reojo a un grupo de personas de sexo masculino, eran como unos seis, según lo que Luis veía de reojo, estos religiosamente estaban en aquel lugar jugando cartas, bebiendo cerveza, fumando o simplemente reunidos y hablando charadas, para Luis esto no tenía el más mínimo son y tos de vergüenza. Para Luis, un hombre de 40 años, no eran más que unos vagos y sin oficio, unos delincuentes, unos inmaduros, unos holgazanes, unos sin futuro alguno más que seguir siendo los parásitos de toda una vida y carga para sus agotados y ancianos padres. 

Al parecer la banda de personajes, a los cuales Luis solo veía de reojo, rondaban las edades comprendidas entre los 28 y 35 años, y que, por alguna razón no trabajaban; muchas veces Luis ya con rumbo hacia su trabajo se preguntaba cuando los veía por el retrovisor; de qué podrían vivir esa parvada de vagos. Este grupo de personas que al parecer no le hacían daño a nadie a Luis le caían muy mal, Luis no los soportaba y más cuando por casualidad Luis se disponía a abrir el portón del parqueo para calentar el motor de su auto para posteriormente limpiarlo y estos dejaban ir una carcajada, esto era como una estocada mortal en las partes blandas de Luis, él pensó muchas veces que aquellas carcajadas eran por y para él, que ellos se burlaban de él.

Cuando Luis regresaba por la tarde cansado del trabajo, ellos seguían allí, reían como ya era costumbre, Luis jamás los saludo y ellos a Luis tampoco, para ellos, Luis a lo mejor ni existía, mientras que Luis sufría y mentalmente los asesinaba de mil  maneras, cada día morían de una manera diferente, vaya que la imaginación mortal o de asesino de Luis si era realmente virtuosa, pues de las maneras que aquel grupo de señores morían a diario, dos veces al día, eran inimaginables ni por el más sangriento de los asesinos seriales más crueles del mundo. 

Así era el pan diario de Luis y los fines de semana, de esos ni hablar, pues a este grupo les daba la madrugada escuchando música con enorme volumen mientras se embriagaban y las carcajadas no les permitían dormir a los vecinos honestos y honrados, los cuales para la mañana siguiente al dirigirse con rumbo a la iglesia sus charlas eran de pestes para aquel grupo.

¿De dónde salieron? ¿Cómo llegaron a aquel apacible lugar? Nadie pudo dar respuesta a estas interrogantes, pues al parecer no eran del lugar a excepción de uno quien era el amigo de estos y era por él que el grupo llegaba, eso decían por lo menos los familiares del que estaba en eses grupo, además, aseguraban de que eran buenas personas, muy educadas y que no se metían con nadie, en otras palabras que no le hacían daño a nadie con pasar su tiempo en ese lugar, a no ser por las noches de viernes y sábados. 
Pero este pensamiento no era el de Luis, si por él fuera, deberían de ser extinguidos como las ratas que eran.

En una de tantas llegadas y salidas de Luis, una mañana que como siempre desde que salió de su casa con rumbo hacía la casa del vecino que no tenia auto, salió maldiciendo al condenado grupo, el cual pareciera que nunca se irían o se iban de allí, pero cual fue la sorpresa de Luis, su condenación no estaba, por una vez en tantos días no maquinaría otra manera horrenda de asesinarlos. 

Abrió las puertas, en su rostro una sonrisa de oreja a oreja, la felicidad andando ese era Luis aquella mañana. Prendió el auto y luego lo sacó del parqueadero, se bajó del auto dejándolo aún con el motor en marcha, para cerrar el portón, la alegría en él era incalculable, invaluable, inenarrable; pero su felicidad se le borró del rostro y en su lugar, lo tomó el más temible de los miedos, dos hombres armados frente a él, exigiendo su celular y su dinero a cambio de seguir con vida.

_Tomen todo, pero no me hagan daño.

Suplicó un aterrado de Luis, cuando los individuos tuvieron lo que exigieron se dirigieron con rumbo hacia el auto, esto casi hizo que Luis se desmayara pues, el auto era todo para él, era su machete en cuanto a su trabajo honesto y honrado se refiere y sin él, ya no habría sustento para su familia. 


Fue entonces cuando Luis se dio cuenta de que, cómo si se tratara de miembros del ejército, sus enemigos de toda una vida, estaban apostados en lugares estratégicos, muy bien armados, un par con escuadras, otros con cuchillos, otros con palos y otros con piedras, quienes estaban recién asaltando a Luis, guardaron sus armas, dejaron sobre el capó del auto las pertenencias de Luis, y con las manos en alto se alejaron, pasaron entre los que no fallaban a su cita a excepción de hoy y una vez salieron del cordón que estos habían ubicado, salieron corriendo como las sabandijas que eran. Por fin Luis supo que no eran seis, sino ocho.

_¿Esta usted bien don Luis?
_Si amigos, no saben cuanto se los agradezco, de no ser por ustedes me habrían arruinado la vida estos malparidos.
_No se preocupe don Luis, por estas ratas usted no nos encontró hoy en el lugar de siempre, pues ya los habíamos ubicado y sabíamos que eran ladrones y que con seguridad usted sería su victima, pues es usted el primero en aparecer por acá todos los días para ir a su trabajo.  
_¡Ah! ¿fue por eso que no los vi? Pues aunque no me lo crean los extrañé.
_Le creemos don Luis, pues aunque no nos saludemos, sabemos que usted es una excelente persona. _Lo admiramos mucho. Dijo otro.
_Bueno, muchas gracias muchachos, ya debo ir a trabajar.
_Que Dios lo bendiga don Luis y no se preocupe por su familia y el vecindario, que mientras estemos aquí, nada les pasará.
_Se los agradezco mucho. Adiós.

Luis cogió con rumbo a su trabajo, los vio por el retrovisor como se agruparon en el lugar de siempre y Luis sonrió, y dio gracias a Dios por aquellos buenos muchachos.  A quienes jamás volvió a asesinar mentalmente, por el contrario, él se dio a la tarea de correr la voz de lo sucedido y ahora en el vecindario, todos los ven con buenos ojos, es más, los aman. 

_¡¡Buen día muchachos!!

Dijo Luis a la mañana siguiente, complacido de oírles carcajearse a tan temprana hora del día.

_¡Los veo a la tarde!
_¡Hasta la tarde don Luis, Dios lo acompañe!

Y una vez más se escucharon las carcajadas de los inquietos y bromistas amigos.


     
                            El Fin



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