viernes, 8 de septiembre de 2017

Arthur (las canciones de mi vida)


Hubo una vez en New York, un maduro millonario, quien hasta hoy nunca maduró, vivía en el penthouse de un lujoso hotel, el propietario era él, se daba una buena y lujosa vida, era excéntrico hasta más no poder. De compañero un viejo y londinense mayordomo, quien le seguía la corriente para mantenerse al corriente y no perder tan envidiado trabajo, pues para él todo aquel lujo era como si fuera de él. 
Arthur era su nombre, su apellido no le venía muy bien, así que lo obviaba pues, decirlo era sinónimo de riqueza desmedida, algo que lo tenía sin preocupación, sin el menor cuidado, pues, para él, su mundo era solo él. 

Sobre la Fifth Avenue lo espera su fiel mayordomo, quien le hace de chófer también; esperando por él, mientras se viste de frac, con sombrero alto y cola en el saco, cada tarde de cada día por todo el año, ambos salían de compras, por lo general era en New York, aunque otras veces tomaba su avión personal al que lo tripulaba el mayordomo también y viajaban a Berlín, Inglaterra y Francia, cualquier lugar que se le antoje esta bien para él, cosas del millonario inmaduro aun.

Esta vez luego de darse un baño en champan, que otras veces era en leche, porque alguien le dijo que era bueno para la piel, a lo que el mayordomo a veces le decía. 

_Que bien señor, usar toda esa leche que alimentaría a centenar de niños. Él respondía. 
_Yo no tengo la culpa de que sean pobres. 
_Tiene usted razón señor. Respondió sarcástico el mayordomo. Cuando lo hacía en champan el mayordomo decía. 
_Vaya que desperdicio de tan cara bebida, con ella, alguna pareja seria feliz en su boda.
Arthur respondía. 
_Y a ti que te importa, si cuando no estoy lo haces también. El pícaro mayordomo sonreía y pedía perdón al señor por el abuso. 

Cuando Arthur bajó y frente a su lujoso hotel se paró, el mayordomo le abría la puerta del enorme y lujoso auto, ya él cómodamente sentado y el mayordomo al volante, este preguntaba. 
_¿A dónde amo? 
_Avanza, ya te diré donde detenerte. Responde esta vez Arthur. 

El mayordomo quien lo ve por el retrovisor, dice.
_Excelente decisión señor. 
Y avanza por la lujosa avenida, mientras este avanza, Arthur observa para la calle, mil ideas en su cabeza, entre ellas, en qué gastará parte de su fortuna, qué es lo que le hará falta, esto le invade en dudas su cabeza, baja el vidrio que lo separa del mayordomo, y le pregunta. 

_Jaime. 
_¿Si señor? 
_¿Qué compraré hoy?
_No sé señor. Usted dígame. 
_Mejor, di tú que necesito, pues no se que me hará falta, quiero algo que me dure el gusto, como el enorme tren; ¿lo recuerdas? 
_Cómo olvidarlo señor.
_¿Recuerdas lo qué me costó armarlo? 
_Si señor, una proeza, es usted muy inteligente sin duda; yo solo observé. 
Dijo Jaime, quien vio a su amo con mirada de enojo por el retrovisor, pues el que lo armó fue él y vaya que le costó; pero luego sonrió, pues vaya que se divirtió junto a su amo, ese día parecían un par de niños con juguete nuevo, tomaron del mejor champan, fumaron los mejores puros cubanos, ese fue el recuerdo del mayordomo. 
_¿Sabes Jaime?, algo así quiero encontrar hoy, algo que me haga olvidar mi pobre vida.
_Seguro,  señor, muy pobre señor. 
Dijo el fiel mayordomo, quien se sonrió, esto Arthur no lo vio, él seguía observando por las aceras de la Fifth Avenue. 

Esta vez el mayordomo se preocupó por su patrón, pues nunca antes lo vio tan acongojado, preocupado, como aburrido de su ostentosa vida, pero nada se le ocurrió, pues Arthur tenía todo lo que él podría desear, todo lo imaginable era de él y lo inimaginable, también; nada nuevo por comprar. 
Pero algo si era seguro, que esta tarde debería de gastar por lo menos cien mil dolares, para regresar feliz, pues, no le bastaría esta vida para gastar tan vasta fortuna. 

Arthur a pesar de ser uno de los hombres más ricos del mundo, no era feliz, y esto, no es de imaginar, porque si hay algo seguro en esta vida, es que el dinero no lo compra todo.

_¡Detente aquí! 
Ordenó Arthur a Jaime, este se detuvo al lado de un hidrante, pero nada importó, pues podía pagar mil infracciones, al ver lo que sucedía el policía se acercó, pero al ver de quien se trataba lo ignoró, se hizo de la vista gorda, pues quien no conocía a tremendo magnate, era enorme pero bajo de estatura y carecía de cualquier sentimiento para su prójimo, para él, nada ni nadie importaba; el policía dijo: -Qué posibilidad hay de un incendio y si lo hubiera y se quemara esta cuadra, al día siguiente estaría en pie, lo único para lamentar, sería una perdida humana, aunque los familiares recibirían en compensación tremenda fortuna. Luego pensó: Quien sufriera una quemadura para dejar este maldito empleo.  Y siguió con su andar sobre la Fifth Avenue. 

Arthur descendió del lujoso auto, el mayordomo al lado de la puerta, Arthur se colocó su cómico sombrero y en la tienda entró; mientras, el mayordomo corrió la limusina unos metros para evitar una tragedia, luego también entró, quien sabe y hoy como siempre su patrón le regale algo costoso.

_Buenas señor. Pase adelante. ¿Puedo ayudarle? 
Dijo la señorita de buen ver al desconocido con atuendo pasado de moda para la ocasión; Arthur se incomodó, pensó: -¿Cómo puede ser que esta no sepa quien soy? Entonces, la observó de pies a cabeza; y la verdad, que la chica era bella, aunque se le notaba por cada poro que no era acomodada, que era alguien más, una más del mundo sin fortuna, a pesar de su linda figura y su cara angelical, ojos azules, sonrisa de carmín suave, para no caer en lo vulgar, ropa, la que recién se compró para la ocasión, para iniciar el día muy bien en su nuevo trabajo. 

Jaime dijo al pequeño adinerado.
_Ordene usted señor.
_¿Escuchaste a la chica? Dijo un desconcertado multimillonario. 
_Si señor.
_Ella no sabe quien soy, ¿puedes creerlo?
_Eso es algo inaudito señor.
Dijo Jaime haciendo una mueca con los ojos a la desconcertada señorita, quien no sabe ni conoce del Jet Zet por ser del proletariado; la asalariada de nuevo preguntó.
_¿Le sirvo en algo señor?...
El mayordomo de inmediato ordenó y corrigió la plana y a la chica le dijo, o mejor, le agregó a su frase lo siguiente...

_¡Arthur! 
Y a la chica le sonrió, esta comprendió y la frase corrigió, luego de hacerlo, el millonario excéntrico le dijo que le mostrara lo nuevo y más caro. La chica lo condujo por el lugar más exclusivo, pero justo cunado llegó a ese departamento sale la dueña a su encuentro y le dice a la chica.
_Está bien Esmeralda, yo me encargo del señor Arthur, uno de nuestros mejores y exclusivos clientes. Arthur dijo de inmediato.
_No. Quiero que ella me acompañe, que me muestre lo que recién llegó. 
La señora no tuvo más que seguir la vieja regla que recita: El cliente siempre tiene la razón, y le cedió el lugar a la chica, quien por ser novata no sabía que podría interesar a tan distinguido y cómico millonario; el mayordomo, quien era otro más del proletario observó la angustia en Esmeralda y con otra mueca le indicó que él le sugeriría lo que podría necesitar, a pesar saber muy bien que lo de la tienda ya lo tendría todo en el desván o en una de sus tantas bodegas. 

El tour prosiguió y mientras avanzaban los tres, solo el mayordomo observó lo inimaginable y era qué, en el lugar hubiera algo que Arthur no tuviera aún y que realmente lo necesitaba, lo necesitaba con extrema urgencia. La chica lo condujo por casi todo el comercio y este compró lo que ella le ofreció, ella se sentía muy bien, para ser su primer día y por vender todo aquello, eso era una maravilla, además, pensó con emoción en la comisión. 

La compra terminó y lo que Arthur invirtió fue una enorme fortuna, la chica no se lo creía, el mayordomo también, mientras la dueña del local se le aparecía el signo de dólares en las corneas, Arthur salió del lugar, la señora preguntó al mayordomo.

_¿A la dirección de siempre Jaime?
_Así es señora. 
Dijo el fiel mayordomo, quien se apresuró a retroceder la limusina y la colocó en donde Arthur descendió, este ahí esperó y de reojo a Esmeralda vio, esta ni cuenta se dió, sería por la emoción de su primera e increíble venta.

Cuando su enorme y lujoso auto estuvo en el lugar Jaime se apresuró a abrir la puerta del auto, Arthur entró, pero en su rostro algo extraño, había gastado más de lo acostumbrado pero en su rostro se le asomaba la duda: -¿Habré comprado lo realmente deseado? 

Mientras conducía la lemosina, Jaime observaba lo hasta ahora no descifrado y a su amo le dijo.

_¿Seguro qué no olvido nada en el almacén Señor?
_Me conoces bien, creo que algo me faltó por comprar, ¿lo has notado también?
_Tengo un vago presentimiento señor, pero creo que lo que usted desea no tiene precio.
_¿Cómo que no?, todo tiene un precio y lo que quiero, lo compro.
_Me temo que esta vez no mi señor.
_¿A qué te refieres? Dí, ¿viste algo que me falta y no me dijiste nada, acaso era muy caro? 
_Nada sería caro para usted señor, pero esta vez, observé algo inusual y que le hace falta, pero siento pena por usted señor, porque esto que vi no lo compra el dinero.
_¡Pamplinas! dí pronto ¿qué es? y gira en esta esquina volvamos, lo quiero comprar, lo debo comprar, ¿acaso me quieres matar?, me llevas directo con lo que has observado, me lo muestras y ofreceremos lo que sea, pero de que lo compro lo compro.
_Como ordene señor.

El mayordomo giró como Arthur lo ordenó, sabiendo que por lo que volvían no podría ser jamás comprado ni por todo el oro del mundo. Arthur por su lado iba desconcertado, sabía que algo en aquel lugar había que él deseaba, pero aun no sabía que era. 
Jaime se parqueó en el mismo lugar, descendió y se dirigió hasta la puerta de la limusina, Arthur descendió también y hacia el comercio se dirigió; al entrar la dueña con asombro lo atendió.
_¿Arthur, olvidó algo?
_Creo que sí, pero aun no sé qué es, esperemos a Jaime, él sabe que es, lo que sea, lo quiero.

Jaime entró en el lugar y cuando entró, tanto dueña del comercio, como Arthur lo vieron en silencio, esperando que este dijera que era lo que el millonario necesitaba, Jaime que era muy perspicaz, dijo de inmediato.

_¿Y la señorita Esmeralda? queremos que ella nos atienda.

La señora respondió. 
_Ella se marchó, su turno terminó. 
_Entonces nos vamos. 
Dijo Jaime, Arthur indignado y preocupado, a su mayordomo reprendió.

_¿Cómo qué nos vamos? Yo quiero comprar lo que no tengo y tú dijiste que sabías que era, así que, me dices que es para comprarlo o te despido en el acto.

Tanto la señora, como mayordomo, quedaron pendientes y preocupados, una por la orden que escuchó, si sabía bien que todo lo de la tienda Arthur lo tenía ya. El mayordomo, su preocupación era que, lo que Arthur ahora deseaba no tenía precio y además, ya no estaba en el local comercial.

_Jaime, te ordeno que me digas que es lo que me hace falta. 

Luego de un silencio prolongado, este dijo lo que Arthur carecía y lo que escuchó le espeluznó.

_Amor señor, eso es lo que a usted le hace falta y eso señor, no tiene precio y no lo compra su dinero.

Tanto la señora y Arthur quedaron en shock pues, el mayordomo tenía razón; la señora pensó: -¿Será qué se enamoró de mí?, ¡seré la mujer de tremendo millonario! Pero de la nube Jaime de golpe la bajó; pero antes el millonario habló.

_¿Qué locuras dices Jaime, yo enamorado?
_¡Sí! Esto fue tajante. 
_¿Y de quién estará enamorado Arthur? Jaime ¡hable que nos tiene en ascuas!
_¡Ya oíste! Dijo el excéntrico millonario y agregó: -¡Habla ya!
_De la señorita Esmeralda señor.

La vieja casi se desmayó, ¿cómo era posible que una proletaria fuera la afortunada; mientras que Arthur no dijo nada, más tarde agregó.

_A casa Jaime

Y la orden tomó efecto inmediato, luego de aquel incidente, Arthur lleva una semana sin desear salir de compras, pues lo que hasta ahora no tuvo y le hace falta, no tiene precio, esto luego lo comprendió.

_Jaime, mi amigo, ¿qué debo hacer para conseguir el amor de Esmeralda? 
Jaime respondió con sonrisa en labios.
_No se preocupe señor, como siempre yo le ayudaré a conseguir lo que su corazón desea.
_¡Hazlo por favor amigo, yo te recompensaré!
_No se preocupe señor, pues en mis años mozos yo fui un Don Juan y estas cosas del corazón me viene por el zaguán.
_Pues manos a la obra mi querido amigo, me daré un baño, ve a prepararlo, luego me das las directrices para conquistar lo que no tiene precio, esa joya invaluable que se llama: Esmeralda.
_¿Le preparo la tina en champan o con leche señor?
_Estás loco, que sea agua, como cualquier mortal.
_Excelente y apropiada decisión señor.

Una vez Arthur bañado y rasurado, se metió en uno de los miles de fracs que tenía en el armario, a lo que Jaime le corrigió, este le dijo, que para esta ocasión no necesitaría ese vestido, que irían de compras para que todo saliera bien. 

Se dirigieron a una tienda sobre la misma avenida, solo que esta vez a un lugar que vende ropa casual, algo como; jeans y una franela a cuadros. Arthur preguntó. 

_¿No me veo ridículo con esta rara vestimenta?
_Le aseguro que no mi señor, ahora iremos a comprar chocolates y flores, y si tenemos suerte, un cachorro señor.
_Me has dicho que fuiste un Don Juan, pero al parecer, solo fuiste un pobre Pedro. ¡Jajaja!, nada de lo que dices tienen sentido.
_Por supuesto señor, pero para las cosas del amor nada tiene sentido y si no, véase usted mismo señor.
_Tienes razón, bueno que sé yo de estas cosas del amor, tú dices ser el experto, me adentraré en esta nueva aventura en busca del amor.

Todo se hizo según Jaime y cuando fue la hora de salir del trabajo de Esmeralda, afuera la limusina, Arthur sintió que su corazón se le escapó del pecho y gritó.
_¡Jaime, un paro cardíaco, llama al médico de inmediato que muero!, algo me pasa, siento millones de mariposas en mi barriga también, ¿será qué esta ropa me dio alergias?
_No señor, así se siente el amor.
_Ahora ya se le pasará.

Jaime salió para abrir la puerta de la limusina y cuando Arthur salió, Esmeralda ni lo vio, ella se dirigió hacia un tipo que la esperaba recostado sobre un auto de modelo antiguo, tanto Jaime como Arthur se desilusionaron, y a la limusina retornaron, cuando Jaime arrancó, el vidrio la señora de la lujosa tienda les somató. Jaime detuvo el motor y bajo el vidrio y a la señora preguntó, pues Arthur tan deprimido no podía ni hablar.

_¿Qué sucede doña Susy?
_¿Por qué se van, acaso no venían por Esme? 
_Sí, pero al parecer la señorita Esmeralda ya tiene un compromiso.

La dama antes de responder a la premisa de Jaime, observó a Arthur y a su nuevo atuendo y dijo.

_Arthur, se te ve bien con es ropa, ahora ya pareces de esta época, hasta te veo guapo, antes me interesabas por los millones, pero ahora me interesarías por guapo..., y también por los millones. Bueno. Arthur, Jaime, quien esperaba a mi suertuda empleada, la espera todos los días y no es más que su hermano.
Al estómago de Arthur retornaron las mariposas, esta vez fueron billones y a Jaime le regresó la vida también, pues quería a Arthur como a un hijo. Susy dijo. 

_Hazte para allá Arthur, les llevaré a donde vive Esmeralda, quien sabe y tengas suerte, aunque con tremenda fortuna, como no tenerla. Una vez al lado de Arthur ordenó.
_Arranca este carruaje y sigue derecho Jaime,  
_Como ordene Susy. 

Luego de salir de la enorme ciudad se dirigieron a un lugar que Arthur jamás imaginó visitaría,

_¿Y este lugar tan extraño, ¿qué es; aun estamos en USA?
_Claro señor, estos son los arrabales, así les dicen en otros lugares, pero despreocúpese que todo saldrá bien.
_Es por ahí, lo sé por la dirección. Dijo Susy, quien observaba por la ventana las direcciones.

Llegaron a un humilde lugar, justo a las afueras de la ciudad de New York, Una colonia de gente de clase media.

_Esperen aquí. (Dijo Susy) Ya vuelvo.

Como a media hora después, del humilde lugar salió Susy, pero sola, Arthur y Jaime se entristecieron, ella llegó y a la limusina se subió.

_Lo siento Arthur, pero Esmeralda se niega a salir, ella dice que lo tuyo solo es un capricho de millonario y que no accederá, pues tu fortuna a ella no le atrae, ni le interesa, ella quiere encontrar el amor, pero uno real, el verdadero amor.
_Bueno. 

Dijo Jaime, nada que hacer, gracias Susy.
_¿A dónde señor?... ¡Señor, espere! ¿a dónde va?, ¡no haga una locura!

Arthur, con caja de chocolates en una mano, ramo de rosas en la otra y halando al cachorro se dirigió hasta la casa de ella. 
Sale Esmeralda y quien sabe de que hablaron, pues les llevó como una hora, luego de esa hora, mientras Jaime y Susy se besaban apasionadamente, al parecer lo de Don Juan si era cierto.

_¡Hey par de tórtolos, que me ensucian el auto!
_¡Señor!
_¿Cómo te fue Arthur?
_Al parecer no tan mal, pues ha regresado sin flores, sin chocolates y sin cachorro.
_Pues me fue bien, ella al verme dijo; usted, ¿es el excéntrico millonario de la otra vez, pero no parece usted, y su ridículo traje? Este le queda mejor, luego me escuchó y aceptó mis obsequios y ahora tenemos una cita, ella no se comprometió, solo me ofreció conocerme y eso haremos, ¿sabes Jaime? se siente bien... ¡Vamos a casa!
_Como ordene señor.


Una vez en el lujoso hotel, Jaime pregunta a su amo.

_¿Me necesita el resto de la noche señor?
_Creo que no Jaime, lo que necesito tiene nombre de joya. Elige el cuarto que quieras y que disfruten de la noche, ahora conocí lo que no tenía y que jamás imaginé que necesitaría y se llama amor.
_Feliz noche señor, que descanse.

_Feliz noche para ustedes y que no descansen. ¡Hasta mañana!



                               El Fin


Inspirado en la canción del tema de la película del mismo nombre: Arthur. De Cristopher Cross
Historia: C. Cross, P. Allan, B. Barcharac, S. B. Sager y S. Raga y Arthur el millonario la película (S. Gordon)




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