martes, 28 de noviembre de 2017

No le pegue a la Negra


Era de madrugada cuando ya habían avanzado el padre y sus hijos con rumbo hacía el puerto, era una madrugada de diciembre del año 1,600, el lujoso carruaje halado por cuatro hermosos caballos que don Miguel Ángel Cervatillo que trajo desde España cuando a un país americano vino con su mujer; doña Margarita y Castilla de Cervatillo, en este país americano compraron unos enormes terrenos y en ellos hicieron su hogar, la haciendo Cervatillo. Un año después nació su primogénito y dos años más tarde, les bendijo Dios con la niña, niños que lo acompañaban ahora. 
El sol les daba alcance cuando apareció por entre las montañas, estas aún eran parte de sus tierras, los niños, quienes viajaban con la emoción a flor de piel, pues rara vez salían por fuera de la hacienda; como el viaje era largo los niños se dormían en las piernas y hombro de don Miguel, este solicitaba al chófer que azotara a los hermosos caballos para que se tragaran las leguas, por detrás y por delante del carruaje, cuatro jinetes muy bien armados les custodiaban. 

Después de dos días con sus noches de viaje, llegaron al puerto, ahí don Miguel descendió del carruaje y se dirigió hasta el hostal, donde pidió habitaciones para él y sus niños, también solicitó un lugar para que descansaran sus bestias y sus hombres, a los cuales les envió licor para que pudieran reponerse pues, una vez realizado lo que los llevó hasta este lugar regresarían de nuevo a la hacienda. Una muy poderosa y prospera, pero para la cual los nativos y empleados de don Miguel ya no eran suficientes para realizar las tareas que sostenían a sus propiedades y también para aumentar sus riquezas, las cuales no eran despreciables. 

Don Miguel era un Español muy conocido por toda la región debido a sus riquezas, este quien era un hombre de aproximadamente cuarenta años de edad, hombre de una envergadura considerable y la cual con solo verlo se hacía respetar, todos sus empleados le temían pues era un hombre de carácter fuerte y mal humorado, todo lo contrario para con su familia, siempre con su arma al cinto y su sombrero de color negro, en su pecho un pañuelo el cual lo ataba un anillo de oro que perteneció a su señor padre quien falleció en la madre patria.

_Arriba holgazanes que os vamos para la playa ¿o es que vosotros no decíais conocer el mar?

Dijo don Miguel a sus pequeños, su hijo Miguelito de doce y Martita de diez, estos se levantaron de inmediato gritando al tiempo.

_¡¡Siiii!!
_Bueno, vamos primero a tomar el desayuno.

Y eso hicieron, mientras comían sus alimentos afuera los hombres esperando por su amo con rifles en mano.

_La cuenta por favor.

Gritó don Miguel, mientras que los niños se levantaron de la mesa y corrieron hacia el carruaje que esperaba por afuera del comedor, de un brinco Miguelito entró en este y desde arriba cuasi halo a la niña, luego salió don Miguel, se colocó su sombrero negro, se acomodó el arma en su cintura y con una mueca dio la orden, sus empleados que ya conocían cada movimiento del don, una vez en su lugar, se hicieron con rumbo al puerto, mientras avanzaban la tertulia de los niños, quienes especulaban cómo sería el mar, ellos imaginaban que era como la laguna que tenía los terrenos de su padre. 
Cuando se acercaban, se escuchó el rugido del coloso y azul océano pacifico, estos asustados, se hicieron a su enorme padre.

_¿Qué es ese sonido padre?

Don Miguel simplemente soltó la carcajada, esto a ellos les alivió algo su temor, pero seguían pegados a su progenitor.

_¡Apresuraos!

Gritó el amo al chófer quien azotó a los cuatro caballos, estos respondieron no tanto a los latigazos, más bien al sonido del grito del amo. En un santiamén estaban llegando a la playa de arenas blancas, el rugir del mar se amplificó, los niños seguían sin saber que era aquel sonido y estaban pegados al padre quien no dejaba de sonreír.

_Llegamos hijos míos.

Los niños aun temerosos se acercaron a la ventana del carruaje y observaron lo majestuoso del mar, supieron que aquel sonido era provocado por las olas del mar, los niños no salían de su asombro, estaban como hipnotizados con los ojos muy bien abiertos y una sonrisa enorme en sus labios.

_¡Os bajáis conmigo? Venid que no hay nada que temer. Dijo don Miguel a los niños.

Estos descendieron del carruaje, Miguelito saltó muy emocionado y cuando sintió la suavidad de la arena, se sentó y se extrajo los zapatos, luego con sus pies descalzos se deleito de la caliente arena, la niña se le arrojo entre los brazos a don Miguel quien la recibió y le mostró la grandeza del mar. 

Mas tarde, después de disfrutar del mar junto a sus pequeños, uno de los empleados se acercó a su amo y le dijo.

_Don Miguel, que se acerca el negrero.
_Gracias Pancho.
_Venid niños.
_Pero padre, otro rato más por favor. Dijo Miguelito.

El padre y amo ordenó al chófer que se quedara otro momento con sus hijos mientras él negociaba la mercancía, el objetivo de aquel viaje, pero mientras que Martita siguió disfrutando del mar, Miguelito se acercó a su padre y con asombro preguntó.

_Padre ¿qué pasa con ellos, por qué los traen con esas cadenas?
_Son animales Miguelito, ¿qué no lo veis?
_¿Animales padre? Pero si son hombres, mujeres y niños. ¿Qué han hecho para que los traten así?
_Callad Miguelito, que no son personas, son animales, bestias negras.
_Pero padre...
_¡Callad! 

Ordenó el amo ya encolerizado, el niño entonces quedó en silencio al igual que el resto. el Don pagó a los negreros y estos entregaron la mercancía, al fondo se veía la nave que los condujo desde el África hasta el nuevo continente, una enorme nave con sus velas ahora arrolladas y varias embarcaciones pequeñas que en ella traían a más negros.

_¡Venid por acá animales si no queréis que os azote!

Gritó el capataz y negrero quien recién cerraba un buen negocio, ciento cincuenta esclavos varones y con ellos, algunos cuantos con sus mujeres e hijos.

_Los chiquillos son cortesía del Señor. Dijo el capataz.
_¿Regalo? Estorbo y gastos innecesarios, eso son, pero esta bien ya crecerán y pagaran el alimento y los gastos que por ahora me producirán.

Mientras don Miguel firmaba los papeles que le daban el derecho de propiedad sobre los esclavos, los cuales ahora pasaban a su inventario, Miguelito se acercó a los esclavos y con mucha curiosidad, les sonrió, de ellos no recibió respuestas, venían agotados y muy tristes; entre todos hubo alguien que si respondió a la sonrisa de Miguelito, pero de inmediato la madre del negrito lo reprendió y dijo a Miguelito.

_Perdón amito. Y tú respetad.
_Bueno, bueno, pasad por este lado animales si no queréis que os azote. Daos prisa.

Los esclavos hicieron caso a la orden y se pasaron al lugar para ser contados por los hombres de don Miguel, mientras que este pagaba y firmaba de recibido.

_Están completos mi señor.
_Esta bien, caminad entonces para el pueblo yo llego al rato, voy por mi hija.
_Cómo ordenéis amo.

Cuando don Miguel regresó al hostal con sus hijos, el chófer y uno de los hombres ya los esclavos se encontraban junto a las bestias, en el mismo corral que los animales, los cuales eran muy bien cuidados y alimentados, no así los esclavos.

A la mañana siguiente antes de que saliera el sol, los ciento cincuenta esclavos, mujeres y niños estaban formados de tal manera y engrilletados dispuestos para emprender el viaje a donde les esperaba su destino.

_¡Montad que os vamos!

Dijo uno de los hombres de don Miguel, este ahora se encaramaba a su carruaje con sus hijos, se escucharon los latigazos para las bestias y para los esclavos y se hicieron al camino de regreso a su hacienda.

_Padre, ¿caminarán hasta la casa?
_Así es Miguelito.
_Pero padre, si esta muy lejos, se cansarán, ¿no deberíais alquilar unas carretas para llevarlos?
_Ya os he dicho que no son personas, son bestias, ¿acaso veis cansados a los caballos?
_Pero padre, yo los veo igual a nosotros.
_No digáis tonterías. Son animales, ¿no les ves el color, son negros como mis caballos, como mi ganado? 
_Si les veis parecido pero estos no tiene alma, son animales y ya parad de molestar.

Miguelito se calló y se acercó hasta la ventana del lujoso carruaje y los observó resignados caminar por el polvoriento camino, les esperaba un largo trecho por andar, pero Miguelito por más que los veía tratando de verlos como animales, no lograba hacerlo y tampoco comprendía por qué, si la única diferencia era su color oscuro... 


Continuará...



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